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Tras su paso por Telluride, Yamagata y Viena, 'Zinzindurrunkarratz' se presenta mañana en la sección de documentales de la Seminci vallisoletana; y aún recorrerá otros ... ocho festivales internacionales hasta fin de año. «No está mal para haber salido con un burro de aquí», bromea el navarro Oskar Alegria.
La película cierra su «trilogía de la memoria» con otra muestra de cine personal, artesanal, calmo, lírico, juguetón y pegado a las palabras y los recuerdos. Acompañado del burro Paolo, Alegria ha recreado entre desvíos el recorrido que hacía su abuelo desde Artazu hasta la sierra de Andia para llevar provisiones a los pastores. La elección de usar la vieja cámara familiar de Super-8 ha condicionado el juego: debía filmar sólo los planos necesarios y buscar los sonidos por otro lado, que las bobinas no los registraban.
– En estos tiempos de superproducciones, se empeña en lo artesanal. ¿Hacer cine casi en solitario es posible?
– Sí. Ahora que a veces los créditos son más largos que la película, el cine ha dejado de ser un secreto que uno mismo se cuenta a su cabeza. Cada vez es más difícil y el logro es más satisfactorio. Llegar por ejemplo a un festival como el de Telluride, que está a 2.600 metros de altitud, con una película hecha sin la palabra producción en los créditos, salvo los nombres de quienes me han ayudado en auzolan, es defender un cine hecho casi sin oxígeno.
– Lo suyo es ir contra corriente. También en el ritmo de su película, que incluye una «pausa para contemplar a Paolo», el burro. Frente a la vorágine, la calma.
– Sí, aunque esa pausa para Paolo cueste unos 45 euros. Pero no me duele ninguno, porque contemplaría a Paolo todos los días. La paz que da un animal tan inteligentemente bello y paciente... A la velocidad a la que está pasando ahora todo, un cine pausado es revolucionario. Rodar en Super-8, con bobinas que terminan a los tres minutos y 20 segundos y cuyo revelado cuesta caro, me ha obligado a la contención, a rodar sólo lo necesario. Ha sido un ejercicio contrario a lo que pasa ahora, el derroche.
– En su lanzarse por caminos, ¿se deja llevar por el azar o sigue rumbos previstos?
– Es una mezcla de control y aventura. Hay momentos en que el camino se bifurca, Paolo tira para la derecha y dices: 'vale, ahora te toca a ti' y sigues por ahí, pero en otros igual hay algún punto al que quieres llegar y tomas tú las riendas. Cuando la rienda entre los dos se mece suavemente, hay una armonía y la película va bien.
– Le tenía que haber puesto a Paolo de coguionista.
– Y de sonidista también. Esta es una película llena de paradojas, empezando por que está llena de silencio y tiene un título sonoro. La vieja cámara de Super-8 de mis padres que he usado no recoge ya sonidos, lo que nos condenaba al silencio. Al final, el encargado de marcar los sonidos ha sido Paolo. Yo me fijaba en sus orejas para detectarlos. Te dicen que en un casting de burros hay que fijarse en su pisada, pero yo buscaba uno que fuese juguetón con lo sonoro. Nada más verlo sentí que era adorable y como lleno de caricias.
– Es que juega con la vista y el oído, pero también con lo táctil. Las manos entran en plano para señalar, coger, acariciar...
– Cuando desaparecen la vista y el oído, el sentido que toma el relevo a esas ausencias es el tacto. Hacemos el camino más con las manos que con los pies. Para mí lo más profundo es saber si somos capaces de tocar el recuerdo, palpar la memoria.
– Aparte del tacto, la película demuestra que agudizamos la vista ante el silencio y el oído en la oscuridad.
– Así es. Otra de las grandes paradojas es la niebla, que es el silencio del paisaje, pero dicen que las campanas se transmiten más el día que hay niebla. La película tiende hacia la niebla, hacer desaparecer la imagen para tratar de ver algo ahí. Y empezar de cero.
– Ya forma parte de su estilo prescindir de cualquier voz narradora y guiarnos mediante rótulos redactados con una poesía particular. ¿La palabra escrita sigue teniendo más fuerza?
– Yo soy un cineasta de palabra. Me parece que en el cine la palabra es un elemento muy poderoso para ayudar a la imagen y al sonido a llevarlos a un punto, contribuyendo al relato y jugando. Por ejemplo, fíjate en los grabados de Goya, en los que el propio Goya escribía una apostilla. El grabado sin la frase era algo pero con la frase era algo más. La palabra te hace abrir el ojo.
– Y detrás, esta vez la memoria de su abuelo, su madre fallecida, la de las personas que encuentra por el camino, los fantasmas de la Guerra Civil... ¿La memoria es su gran tema?
– Quizás, como hay pintores que utilizan el óleo, hay cineastas que usamos la memoria como material. ¿Soy un cineasta de la memoria? Quizás lo he sido, porque también es verdad que mi memoria acabará. 'Zinzindurrunkarratz' cierra una trilogía, que podemos llamar de la memoria o del viento, porque en las tres películas es importante lo que hace el viento. Creo que ya he dicho lo que sabía sobre la memoria. A partir de ahora, vaya usted a saber lo que hay. Quizás niebla.
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