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El arte sin miedo de los locos veinte
El Guggenheim reúne 300 objetos de la década del pasado siglo que revolucionó la manera de vivir, de crear y de mirar
iñaki esteban
Jueves, 6 de mayo 2021, 17:03
Después de la Primera Guerra Mundial y la pandemia denominada 'gripe española', salieron en tromba las nuevas formas de creatividad, como la fotografía y el ... cine; las caricaturas expresionistas cercanas al cómic de ahora; el desmadre del cabaret de Berlín; la explosión de la arquitectura y la moda como categorías intelectuales; también los aprietos en Alemania y otros países como Austria, con una inflación que dejaba los billetes sin valor de un día para otro y que se desembocó en el nazismo.
'Los locos años veinte', título de la nueva exposición del Guggenheim, fueron locos de muchas maneras. Salvo la económica y la política, que apenas aparecen como tales, todas las demás están desarrolladas a través de 300 objetos dentro de una escenografía de Calixto Bieito, director del Teatro Arriaga, que juega con el color de las paredes de las salas -el negro del trauma de la posguerra o el rojo sexual del cabaret- y con sorpresas en cada una de ellas: un perfume, los sonidos, un minicine con imágenes eróticas, un pequeño escenario para tocar y cantar, un mural con frases como «el arte tiene que disgustar», del periodista y agitador Karl Kraus.
El recorrido tiene un trazado temático y dentro de él confluyen distintas expresiones y disciplinas artísticas donde las obras de entonces dialogan con las de artistas contemporáneos, como Thomas Rüff, el más recurrente. En el primer espacio se sale del trauma con ganas de pasarlo bien. «Nunca hubo una época tan ávida de espectáculo como la nuestra (…) Este fanatismo, esta necesidad de distracción a cualquier precio, son la reacción necesaria contra esta vida que llevamos, dura y llena de privaciones», escribió Fernand Léger, que abre la muestra con sus pinturas y una de sus películas, una relación entre las imágenes fijas y en movimiento que se repite en buena parte de la salas.
En la cita de Léger se adivina el paralelismo entre aquellos veinte y estos del siglo XXI, que el Guggenheim establece con los debidas precauciones, intentando pronosticar un ánimo de celebración de la vida y de sus placeres a la salida de esta pandemia. Pero además de este ánimo quizá posible en poco tiempo, lo más destacado de lo ocurrido hace cien años fue el avance en los modelos de mujer, más liberada y reivindicativa, y las nuevas formas de producción del arte con la foto y del cine de vanguardia a la cabeza. Cada uno de estos temas tiene su sala correspondiente.
La revolución de la moda, el empuje de la arquitectura y el diseño, las nuevas percepciones sobre el cuerpo a través de la danza y la nueva legitimidad del deseo, encarnada en la sensualidad abierta de la bailarina y cantante Josephine Baker, ordenan el trayecto temático en sucesivas paradas.
Comisariada por Cathérine Hug de la Kunsthaus de Zúrich y Petra Joos del Guggenheim, y patrocinada por BBK, la exposición refleja «una década de progreso, de afán de vivir y de innovar», según el director general del museo, Juan Ignacio Vidarte. La muestra se centra en el ambiente cultural y artístico de Berlín, París, Viena y Zúrich, puntos de confluencia de artistas y diseñadores de toda Europa, que ya habían perdido el miedo, según señaló Hug.
La estética cambió y aquellos diseños de sillas -como la 'Wassily' de Marcel Breuer, que se incluye en el recorrido- permanecen tras haber sido recuperados y masificados en los años cincuenta. Las formas de producir en cadena elevaron el nivel de vida y se dieron los primeros pasos hacia el consumo o consumismo tal y como hoy se conocen. Las mujeres tuvieron que trabajar en las fábricas mientras los hombres se mataban en el frente. «Volvieron a casa como víctimas, no como héroes», según la comisaria. Para entonces, las mujeres ya sabían lo que suponía llevar a casa el sueldo y reclamaban derechos como el voto.
Por la exposición van desfilando los artistas más agudos de la década, como George Grosz y Otto Dix, que siempre pinchan al espectador con sus imágenes; escultores como Brancusi; fotógrafos como Man Ray y Moholy-Nagy; arquitectos como Le Corbusier, grandes nombres que se juntan con otros quizá menos conocidos pero no menos interesantes. Descubrirlos y darles el espacio que se merecen es una de las muchas virtudes de esta exposición compleja, con sorpresas, exigente y divertida.
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