«En la cultura somos muy conservadores, más de dogma que de razón y crítica»
Frantxis López de Landatxe. Ex director del Koldo Mitxelena
TERESA FLAÑO
Domingo, 15 de enero 2017, 08:08
Con más de treinta años en el departamento de Cultura de la Diputación y veintidós al frente del Koldo Mitxelena, Frantxis López de Landatxe se ... jubiló a finales de año y dejó su puesto de jefe de servicio foral de Promoción Cultural. Partidario de las convergencias y el diálogo como elementos fundamentales para el desarrollo de la sociedad a través de la cultura, no se desvincula del todo del edificio donde ha desarrollado gran parte de su trabajo porque va a participar en las reflexiones para aunar la biblioteca municipal con la del KM. Ahora hace balance de estas tres décadas.
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- Resulta complicado pero intente explicar brevemente cómo ha vivido estos años dentro del mundo cultural guipuzcoano.
- En más de tres décadas he tenido la suerte de ver el desarrollo de todas las artes y de todos nuestros artistas. Ha sido una experiencia fenomenal, muy buena. En treinta años la creación cultural ha explotado con un nivel muy interesante en literatura, cine, danza, teatro, música... Quizás el fracaso esté en la sociedad. A diferencia del deporte, no hemos sabido generar curiosidad por descubrir y vivir la cultura. A los vascos nos encanta el desafío y en el deporte eso se da continuamente. Por ejemplo, en el bertsolarismo subyace la idea del desafío continuo y puede que esa sea una de las claves de su éxito. En el resto de la cultura somos más de creencia, de dogma y menos de razón y crítica. Somos muy conservadores.
- ¿Cómo fueron sus inicios en este centro?
- Me encontré con un Koldo Mitxelena bastante diseñado. Mi designación fue fruto de personas que lo llamaban un poco ampulosamente 'trasatlántico de la cultura'. No creo que por su dimensión se pudiera denominar así, pero sí corría el peligro de ir a al deriva, le faltaba cierta dirección. Desde el principio a todo el equipo nos pareció importante potenciar el día a día. También teníamos algunos condicionantes preestablecidos para desarrollar sus contenidos. Por ejemplo, debía tener salas de exposiciones porque Arteleku era el centro neurálgico de la creación artística y estaba impulsado por la Diputación Foral. Las personas enseguida lo hicieron suyo, algo que se ha mantenido desde entonces y que ha resultado muy gratificante.
- ¿Y cuál ha sido el secreto para esa buena aceptación?
- Una parte fundamental ha sido la biblioteca. Se abrió a la consulta pública, los documentos se pusieron en manos de la gente, algo que entendíamos que obligatorio porque son de la sociedad. Además, tiene un fondo que creo que explica mucho y bien la cultura vasca y la del siglo XX. La biblioteca de Julio Urkijo, que para mí es una maravilla, se adquirió en el año 1953 gracias a un acuerdo con la Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa y ahí está ese sustrato de la cultura vasca histórica, pero luego esa riqueza documental fue creciendo gracias la incorporación de fondos como el de Antonio Zavala sobre la cultura popular, el de Koldo Mitxelena y más recientemente el de Xabier Lete, que dan un visión importante. Otros fondos, como el de Alfonso Sastre o el de Gabriel Celaya, ofrecen una imagen de la cultura que se desarrolló en nuestro territorio en tiempos del franquismo. Siempre ha estado presente la responsabilidad de que esa memoria esté al servicio de la creación y de la sociedad. Es una biblioteca que tiene que tener los últimos best-sellers y a la vez mirar a la producción local.
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- ¿Resultó complicado hacerse con esos legados?
- No. Lo importante es encontrarte con la oportunidad de hacerte con ellos y que luego los políticos tengan la sensibilidad necesaria para darse cuenta de que ahí hay algo importante. El más costoso resultó el de Antonio Zavala, que durante cincuenta años recopiló la cultura popular en euskera y escribió numerosos libros. Otros fueron fruto del empeño de los dirigentes del momento. Por ejemplo, el de Gabriel Celaya llegó gracias a Xabier Lete que entonces era director de Cultura; el de Alfonso Sastre se consiguió en los tiempos de Luis Mari Bandrés.
- ¿Ha vivido el Koldo Mitxelena muchos años sumergido en la indefinición? Se especuló que iba a albergar la Biblioteca Nacional Vasca, también que Tabakalera iba a asumir muchos de sus contenidos...
- Una de las debilidades del Koldo Mitxelena es que no tiene entidad jurídica y depende directamente del departamento de Cultura. No es el caso de entidades como la Quincena Musical, el Zinemaldia o Tabakalera, donde son varios socios. Hemos vivido con mucho respeto e ilusión todo el proceso de Tabakalera, pero ya hace más de doce años que se cuestionaban programas nuestros porque se iban a hacer un día allí. Sí ha habido una especie de losa. Por ejemplo en cosas como cuando hace seis años dijeron 'no vamos a renovar la luminaria de la sala de exposiciones porque se va a hacer Tabakalera'. Además, en tiempos de crisis, cuando hay otros proyectos como Tabakalera o Donostia 2016, son los presupuestos propios los que sufren más. Al depender directamente del departamento de Cultura se redujo la cantidad. Había menos dinero para reparar las goteras del Koldo Mitxelena o para la programación que queríamos realizar. En parte lo entiendes porque eres de la casa.
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«La fusión de las bibliotecas no es constreñir dos en una»
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Uno de los últimos proyectos en los que Frantxis López de Landatxe ha estado inmerso hasta su marcha de la Diputación ha sido en la fusión de las dos grandes bibliotecas de Donostia, la del Koldo Mitxelena y la Central, dependiente del Ayuntamiento.
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Desde el principio del Koldo Mitxelena han cuidado mucho exposiciones tanto en la Ganbara como en la planta baja.
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Hay que dejar claro que nunca hemos hecho proyectos personales. En la gestión de la cultura se habla mucho de mí o de nuestro proyecto. Nos debemos a la ciudadanía y a las personas y por tanto también a nuestros artistas. Siempre hemos buscado poner nuestro 'pequeño' mundo con el internacional. Hay que crear dialécticas de convergencia y velar por descubrir a la gente que crea a escondidas. Vivimos en un territorio donde no hay un mercado del arte visual y donde el grado de consumo de un libro o de una obra teatral es el que es. Ahí está el reto de hacer aflorar esa cultura un tanto escondida. Nuestros planes han estado orientados a poner en valor a nuestros artistas, confrontarlos con los movimientos internacionales. He tenido suerte porque he trabajado con gente que conoce muy bien el terreno. Estoy pensando por ejemplo en Ana Salaberria que hasta hace seis años llevó la dirección de la sala con un modelo definido de gran interés y proyección. En el área bibliotecaria está ahora Susana Araiz que domina los procesos técnicos... El apoyo en la danza y el teatro ha sido Lide Arana. He trabajado casi siempre rodeado de mujeres y eso ha sido una suerte porque tenéis un grado de seriedad y dedicación muy grande. Esas personas me han permitido conocer proyectos y personas en una aventura muy interesante.
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No se desvincula de su trabajo hasta ahora porque va a participar en la reflexión sobre la posible confluencia de las bibliotecas.
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Puede ser una apuesta estratégica. Hay que tener cuidado de que no se convierta en una operación inmobiliaria vaciando un espacio y acumulando todos los depósitos en otro. No es constreñir dos bibliotecas en una. La hipótesis de trabajo es que todo pase al KM. Pero hay muchos puntos en los que trabajar como qué va a pasar con el personal, si el edificio da de sí aunque cierres las zonas de las exposiciones, cómo se van a gestionar los fondos patrimoniales. Hay que mantener la memoria para crear y evolucionar.
- ¿Ha habido en todo este tiempo injerencias por parte de los políticos?
- Al no tener personalidad jurídica siempre se corre el riesgo de que haya una mayor incidencia política en la programación y yo lo he vivido. He estado en los consejos de administración de la Quincena y del Festival de Cine y nunca he visto por ejemplo a un político decir que hay que programar la sinfonía 'Júpiter' de Mozart porque le gusta. Quizás en el cine en alguna época sí hubo algún intento pero los directores siempre lo cortaron. Nosotros hemos sufrido intervenciones muy directas sobre ciertos ciclos o ciertas exposiciones. Pero ha sido lo menor. Guardo grato recuerdo de la mayoría de los políticos que han trabajado con nosotros. El nivel de respeto casi siempre ha sido muy alto.
- ¿Diría nombres?
- El primero, sin ninguna duda, Imanol Murua. Fue un torbellino y fundamental para la cultura guipuzcoana. Fundó Arteleku y defendió el edificio del Koldo Mitxelena para la cultura porque la idea inicial es que se fuera la sede de las Juntas Generales. También María Jesús Aranburu, que ha estado muchos años como directora y como diputada. Nos dio un gran empuje. Se implicó de un modo extraordinario para descubrir las claves de las artes plásticas y visuales, además del respeto absoluto a la programación que planteábamos.
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- En el último mes sí vivió una injerencia externa cuando se censuraron varias obras de la exposición 'Sin lugares, sin tiempo. Giltzapekoak: notas sobre la reclusión' de San Sebastián 2016.
- Con Donostia 2016 hubo un acuerdo de cesión de espacios sin entrar en los contenidos. Sabíamos el diseño de algunas exposiciones como la de 'Tratado de paz', pero respecto a la de la pregunta solo conocíamos el tema, no los contenidos. Ahí sí ha habido una decisión política y otra técnica por parte del equipo de la Capitalidad.
- ¿Habían tenido alguna vez un problema similar?
- En alguna ocasión con obras, no con artistas. Programamos una exposición de fuerte contenido sexual 'Transgenéric@s'. En la entrada se avisaba a la gente que se iba a encontrar con obras que podían herir su sensibilidad. Otra sobre la revisión de los años 70, de la que no recuerdo el artista, también levantó cierta polémica porque giraba alrededor del sacrificio de reses a martillazos. También ha habido polémicas públicas y políticas respecto a algunos usuarios del salón de actos.
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- Ese salón que incluso se le ha llegado a llamar el salón de las libertades.
- Bastantes políticos lo veían con nervios por su diversidad. El diputado general José Juan González Txabarri lo comparaba con Hyde Park Corner y fue una buena definición. No se cede a personas físicas, tampoco a partidos políticos, aunque ahora todo el mundo tiene una fundación en la que ampararse, ni a grupos que puedan estar relacionados con sectas. De un día a otro podían estar la Asociación de Víctimas del Terrorismo, la plataforma contra el TAV o la Fundación Mario Onaindia. Recuerdo también los conciertos de nuevas músicas que hacíamos con Syntorama... Ha sido un espacio muy vivo.
- Antes hablaba de Tabakalera. ¿Este proyecto les ha hecho replantearse su función?
- Lo que no hemos hecho nunca ha sido quedarnos atrincherados. Las decisiones políticas se asumen, algunas veces son oportunidades y en otras pueden adolecer de falta de diagnóstico. Muchas veces el problema está en la falta de reflexión. Nosotros siempre hemos trabajado a expensas de que hubiera una definición. Creo que en 2008 hubo un intento de rehacer el mapa cultural de la ciudad, pero se perdió la oportunidad.
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- ¿Cómo ha vivido todo el proceso de Arteleku desde su nacimiento hasta su desaparición?
- Cuando comenzó estaba todo por hacer. Que una fábrica que revirtió a la Diputación se convirtiera en un centro cultural donde se apostaba por los talleres artísticos era algo casi único. Santi Eraso supo darle un fondo de reflexión. Se vivió una época dorada en la que surgieron nombres como Txomin Badiola, Pello Irazu, Sergio Prego, Itxiar Ocariz, Jon Mikel Euba... La propia filosofía del proyecto, de entender el arte como no objeto, es la que llevó al edificio a cierta incomodidad. Además era muy unipersonal y cuando Santi se marchó perdió parte de su sentido. La esencia de Arteleku no se podía meter en una botella. Las formas de trabajar generaban unas dinámicas muy interesantes, con presencia de otras artes. Me da la sensación de que eso se ha perdido y creo que ahí está el reto de Tabakalera. Debe ser protagonista directo y no perder aquel logro. También es cierto que los artistas deben proponer cosas.
- ¿Se puede decir que la Ganbara del Koldo Mitxelena ha sido su ojito derecho?
- Sí. Muchas veces en el mundo del arte se comete el error de decir a un artista 'te presto el espacio y montátelo'. Hay que cuidar y dar los medios al artista porque no le estamos haciendo un favor sino al revés. La dignidad en el trato es importante. Hay que aclarar que en estos años no hemos programado lo que es solo de nuestro gusto, sino aquello que permitiera descubrir lo que hay alrededor. Al principio era más fácil porque estaba esa generación iconoclasta que surgió en los años 70 con Vicente Ameztoy, José Llanos, Andrés Nagel, Iván Zulueta, Rosa Valverde... Creo que en San Sebastián falta, a diferencia de los otros territorios vascos, un espacio dedicado a las Bellas Artes. También habría que reflexionar bien sobre el papel que debe cumplir Gordailua. En la Ganbara, dentro de su pequeñez, ha habido destellos y debe haber espacios que sigan posibilitando esto.
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