Eibar
Eibar y la forja de espadasExposición. El Museo de la Industria Armera acoge hasta el 20 de octubre una muestra sobre aceros fabricados en la ciudad o alrededores de gran valor más allá del de la batalla
Aunque Eibar es conocida por sus armas de fuego, no fueron las únicas herramientas de guerra fabricadas en sus talleres. La gran muestra de espadas ... que el Museo de la Industria Armera acoge hasta el 20 de octubre lo demuestra. En ella, con 25 de las 44 hojas donadas durante diferentes décadas a la entidad para su colección, que se suman a las cedidas por el Museo de Armería de Álava y el Museo San Telmo de San Sebastián, con sello eibarrés, dejan claro su gran valor más allá del uso que se le pudiera dar en la batalla.
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'Los filos del Museo', como se ha bautizado a esta exposición, recopila diferentes armas de mano como son hachas, espadas, sables o bayonetas con origen eibarrés. Estas no tuvieron la gran fama que precede a las pistolas, escopetas y fusiles de la ciudad, pero dan una buena imagen de todo lo que Eibar fue capaz de producir durante siglos. Con el cuño de Eibar se muestra tan solo una espada pero, con la colaboración de los museos San Telmo y Arma Museoa de Vitoria, se han podido reunir otras con pasado eibarrés.
Antes de llegar a las armas de fuego, en Bajo Deba se llegaron a fabricar con gran maestría espadas y hojas. Los vascos eran grandes aficionados a las armas ligeras, como son las espadas, y en Euskadi se llegaron a producir en viejas ferrerías junto con otros tipos de armas blancas y armaduras, tanto para su territorio como para el extranjero. Las creadas en Eibar no llegaron a la relevancia que tuvieron las hechas en Bilbao, Tolosa y Arrasate, pero eso no le llevó a dejar de fabricarlas.
Durante el siglo XIX, la fábrica de Ibarzabal y el taller de Eusebio Zuloaga fueron algunos de los creadores de espadas
Las herrerías de la ciudad siguieron dando espadas hasta el siglo XIX, tiempo en el que destacó el trabajo de la fábrica de Ibarzabal y el del taller de Eusebio Zuloaga. En este primero, Gabriel Benito de Ibarzabal se ganó el prestigio «por los méritos contraídos en la fina elaboración del sable y espada que trabajó por orden y encargo de V.S. para S.A. los Serenísimos señores Príncipe e Infante de España», detallan documentos de 1815, que le permitieron producir 700 puños de latón y vainas para las espadas del equipo de los Reales Guardias de Corps, de caballería ligera. Éstos y otros encargos se transportaban después a la fábrica de Toledo, donde se juntaban con las hojas allí producidas. Más adelante su legado siguió con las armas de fuego de su hijo Ignacio Ibarzabal.
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En cuanto a Eusebio Zuloaga, que siguió el oficio de su padre, el eibarrés Blas de Zuloaga, y al igual que los hijos este, fue un armero y damasquinador de renombre sobre todo por sus armas de fuego, lo que le ganó el honor de ser el arcabucero de Isabel II y el puesto de director de la Real Armería. Pero también fabricó espadas, como la copia que le encargaron realizar tras los infructuosos intentos de la Corona de recuperar la espada de Francisco I, incautada en la batalla de Pavía y entregada a Napoleón Bonaparte. Por este trabajo recibió 4.000 reales de la época.
Prácticamente piezas de arte
La muestra comisariada por Iker Alejo y Francisco Peña Castresana, que han contado con la colaboración de Jose María Peláez Valle, pone en relieve el gran valor artístico de estos objetos de artesanía, que más allá de valor que pudieran tener para herir al adversario, sus hojas o empuñaduras dejan detalles irrepetibles en su serie. Son trabajos cuidados que miman el aspecto práctico sin dejar de lado la elegancia de estas armas propias de caballeros, líderes militares, poderosas guarniciones y reyes. Por supuesto, los soldados rasos también empuñaban armas blancas, pero de menor calidad.
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La exposición contiene una espada perteneciente a Juan José Martínez de Villarreal, conde de esta ciudad, Grande de España y general de la tropa carlista, que data de 1874. Su empuñadura fue creada por el eibarrés Eusebio Zuloaga. También hay una espada de Toledo fechada de 1859 y un sable curvo del Imperio Otomano del siglo XIX.
Todo este material bélico no habría sido posible sin el acero proveniente de Arrasate, uno de los enclaves de gran fama en la fabricación de espadas durante varias épocas. La materia prima se extraía del monte Udalatx, que daba después la elegancia con la que se conoce a las hojas de Toledo.
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La muestra puede visitarse este mes de martes a viernes en horario matutino, de 10.00 a 13.30, en el Museo de la Industria Armera, en Portalea. Una oportunidad ineludible de maravillarse con esta y el resto de muestras que alberga la ciudad.
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