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ARTÍCULOS DE OPINIÓN

El barón menguado

El exministro de Defensa alemán, forzado a dimitir por plagio, había eludido su responsabilidad cortando la cabeza a subordinados revestido de un manto de honor

DIEGO ÍÑIGUEZ

Viernes, 4 de marzo 2011, 03:15

El barón zu Guttenberg lo tenía todo: la historia, el castillo y la fortuna familiares, buena planta, el favor de los medios. Diputado a los 30, ministro a los 37, era el político más popular de Alemania y un maestro promoviendo su imagen de político distinto: un 'outsider' elegante y exigente, capaz de plantar cara a la propia canciller. El diario Bild veía en él un sucesor de Merkel. Su caída empezó con una recensión de su tesis doctoral en una oscura revista jurídica, que identificaba 23 textos copiados sin citar a los autores y «se permitía preguntar cortésmente» al tribunal de la universidad de Bayreuth y al autor cómo habían podido considerar que cumplía con las normas de la propia universidad. El ministro desdeñó las acusaciones -abstrusas, algún error de entrecomillado- y viajó a Afganistán a visitar a las tropas alemanas. Su director de tesis, catedrático de fama europea, defendió a uno de sus mejores alumnos, autor de una tesis excelente.

Pero se revelaron más plagios: de artículos publicados en periódicos, páginas de internet, discursos, informes del servicio de documentación del Bundestag. La plataforma 'wiki' de universitarios anónimos Guttenplag descubrió 80 textos largos fusilados y citas no atribuidas en dos tercios de las páginas. Los medios ardían:¿la habría escrito un negro?¿Dimitiría el ministro si aparecía? Un periódico publicó una foto de las memorias de su abuelo, tituladas, oh fatalidad, 'Notas a pie'. ¡A la mierda el doctorado!, le animó el diario Bild. La universidad de Bayreuth emprendió una investigación.

El ministro volvió del viaje y se defendió en un mitin: se había ocupado intensamente de la tesis, escrita por él, en el fin de semana y descubierto un montón de errores y tonterías. Renunciaba provisionalmente al título de doctor. La canciller Merkel le defendió: no he contratado un asistente de investigación, sino a un político eficaz. La oposición consideró poco creíble que hubiera copiado inadvertidamente en 286 de las 393 páginas y censuró a la canciller por querer distinguir entre la persona privada que puede defraudar y el ministro que se queda en el Gobierno.

En las elecciones de Hamburgo, los democristianos sufrieron pérdidas inesperadas. Guttenberg renunció definitivamente al título de doctor. La universidad se lo retiró, pero siguió con su comprobación y los medios con sus revelaciones: había necesitado un permiso especial para hacer la tesis por sus malas notas, usaba el título de doctor antes de tenerlo. Der Spiegel le retrató en portada leyendo a unos niños bajo el titular 'El cuento de Karl, el honrado'. Miles de doctorandos firmaron una carta abierta a la canciller denunciando el escarnio de quienes intentan hacer honorablemente su aportación al progreso científico; los rectores criticaron que se trivializara el episodio; los liberales, el daño a la imagen alemana como país de investigación. La ministra de Educación reconoció estar avergonzada; un ministro-presidente democristiano, que su conducta no había sido legítima ni honorable. Un catedrático consideró una degeneración cultural que alguien así pudiera ser ministro; otro le llamó defraudador desvergonzado y avisó de que si sus errores habían sido de verdad inconscientes, sufre una alteración del sentido de la realidad que le incapacita como ministro.

El Bild anunció la dimisión. Según el ministro, porque había llegado al límite de sus fuerzas frente a unos medios más ocupados de sus pecadillos que de las bajas entre los soldados alemanes esa semana. Nosotros también sentimos las bajas, replicó la oposición, lo que no hacemos es explotarlas en nuestro interés particular. La prensa ya especula sobre su regreso, seguramente en Baviera, quizá como sucesor del actual presidente, que ha dicho de él que seguirá siendo uno de los nuestros. Hay antecedentes: Strauss tuvo que dimitir como ministro de Defensa, presidió luego Baviera y fue candidato a canciller federal.

Pero, ¿por qué quiso hacerla? En Alemania no son imaginables ministros como algunos de los últimos gobiernos de Berlusconi, pero no se les exige ser doctores. ¿Para presumir, porque reconocía íntimamente su valor? Quizá por una razón práctica: acabó la carrera solo con el primer examen de Estado y en el sistema alemán es preciso el segundo para ejercer. La tesis lo permite y disipaba la impresión de privilegio en su rápido ascenso. Parece una historia de Böll, 'El honor perdido del barón zu Guttenberg': periódicos serios contra sensacionalistas, internautas anónimos contra el favorito de los medios, un profesor de una universidad pobre del Norte contra la tesis dirigida por un catedrático prestigioso en la universidad mimada del 'land' rico del Sur. ¿Ha caído por el enfado de una élite que veía cuestionada su legitimidad meritocrática, por el de los universitarios en un país que quiere ser la república de la educación, porque ha ofendido los valores burgueses profundos de la sociedad? Quizá por un cálculo político: cercanas tres elecciones regionales, los titulares diarios sobre el escándalo empezaban a pesar en su partido más que mantenerle en el Gobierno.

El exdoctor había eludido su responsabilidad en episodios anteriores cortando la cabeza a subordinados, revestido de un manto de honor displicente que se ha vuelto contra él, entre la carcajada de los medios y la indignación de una comunidad universitaria cuyo rigor científico es un componente esencial del alma alemana. Es el «no puedo hacer otra cosa» que dijo el doctor Lutero ante el Emperador. En Alemania se toma muy en serio el título de doctor, bien ganado. Pasa a formar parte del nombre y se usa en toda la vida civil, hasta en el timbre de la puerta.

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