Atusarle la melena al viento

Si hay una obra fundamental en la vida de Eduardo Chillida, esa es el Peine del Viento. Al artista donostiarra le gustaba pasear por el promontorio rocoso del final de la playa de Ondarreta y allí fue, precisamente, donde le vino a la cabeza y tomó forma la idea que grabaría para siempre su impronta en la ciudad: «hacer que el viento entre peinado» a Donostia.

El resultado fueron las esculturas colocadas en tres salientes que, con sus brazos arqueados, tratan de engalanar el espacio inmaterial que las abraza. A veces el mar, quizá celoso de que no tenga quien le atuse la melena, trata de zarandear las piezas elaboradas en acero corten. Y entonces las obras parecen garras que se defienden, que se aferran a la roca empeñadas en permanecer entre el Cantábrico e Igeldo.

«Tardé 25 años en acertar con el diseño», reconoció el propio Eduardo Chillida, quien empezó a esbozar el Peine del Viento en 1952. La obra se instaló en San Sebastián en 1977 y fue un regalo del artista a su ciudad natal para que todos pudieran disfrutar de la zona tanto como lo había hecho él en sus caminatas. Y vaya si lo han hecho. El Peine del Viento no sólo es un punto indispensable que visitar para los turistas, también es uno de los rincones favoritos de muchos donostiarras.

En este momento las obras para estabilizar la ladera rocosa que desciende sobre el Peine del Viento impiden visitar el conjunto escultórico, que se reabrirá el próximo 2 de agosto. Mientras tanto, puedes pasear por la zona de forma virtual gracias a este vídeo que muestra, en todo su esplendor, por qué en Donostia el viento entra peinado.