Del patrimonio nacional a la custodia mundial

Estos días está teniendo lugar en Donostia la última reunión del Consejo de Patrimonio Histórico, órgano de colaboración entre las Administraciones del Estado y de las Comunidades Autónomas, cuya finalidad esencial es facilitar la comunicación y el intercambio de programas de actuación e información relativos al Patrimonio Histórico Español.

El patrimonio es el conjunto de recursos recibidos del pasado que las personas tenemos en común y que compartimos como un sistema de símbolos culturales; determinada concepción material lo ha vinculado casi siempre a aspectos tangibles de la cultura. Y de la mano de esa lógica, cierto determinismo jurídico lo ha relacionado con la herencia o con la propiedad; ambas reguladas, a su vez, en los marcos legislativos de los Estados, las naciones o sus respectivos ámbitos de competencias locales.

Esta noción ha entrado en crisis las últimas décadas. En el siglo pasado, con la aparición de la fotografía, la radio, el cine y, más adelante, la televisión o el vídeo, se introdujeron cambios sustanciales en la producción cultural y, a su lado, nuevos métodos de protección y salvaguarda del patrimonio: filmotecas, fonotecas, mediatecas, etc.; y sobre todo a finales, con la aparición de Internet, se produjo el definitivo cambio de paradigma que ha afectado de manera exponencial a todo el sistema cultural, a la producción de subjetividad y a las diferentes maneras de conservar y distribuir el conocimiento.

En el contexto actual, determinado por la fluidez de la circulación, distribución e intercambio de las creaciones, los nuevos 'objetos digitales', generados con el desarrollo tecnológico, y el carácter más inmaterial y reproducible de la producción cultural necesitan nuevas categorías. Asistimos a un proceso generalizado de universalización y diversificación del patrimonio cultural. Esta nueva economía del conocimiento altera de raíz la organización de los saberes, en la medida que el sujeto activo participa cada vez más en la construcción conjunta de experiencias patrimoniales.

Desde finales de los años ochenta y, sobre todo, desde la declaración de la Unesco del año 2003, también determinados valores intangibles han empezado a reconocerse como parte de los catálogos de bienes culturales (sin ir más lejos, el último reconocimiento al flamenco como Patrimonio Mundial inmaterial). Por tanto, ya no son sólo los objetos los que tienen la capacidad de representar las culturas, sino que, a pa rtir de la unión de lo material y lo inmaterial, también los sujetos con su conocimiento, capacidad de análisis y experiencias, se suman al inventario patrimonial, en un proceso holístico que nos permite contemplar la realidad como un todo distinto de la suma de la partes que la componen.

En cierto modo, como explica Boris Groys en su libro 'La economía de lo nuevo' un espacio profano que se presenta como modelo de heterogeneidad y diversidad frente a la homogeneidad y selectividad del archivo y patrimonio clásicos. Es un nuevo territorio digital de la organización y difusión del conocimiento humano: el archivo universal de acceso libre.

Es necesario, por tanto, realizar un cambio en las políticas patrimoniales que permita pasar de una noción vinculada a la propiedad a otra más relacionada con la idea de custodia. Este desplazamiento conceptual es fundamental para replantear el futuro de las políticas patrimoniales y así poder hablar no sólo de patrimonio, sino también de archivo, en el sentido más derridiano de la palabra: como una topología, un sitio donde se guardan las cosas, pero también una nomología, un lugar donde se inscriben códigos. Si además consiguiéramos que fueran compartidos en el marco del dominio público, estaríamos hablando de un patrimonio que también podría estar en red, desarrollando una esfera participativa democrática más rica y que también nos obligaría a replantear, en un futuro próximo, la noción de 'copyright' y, sobre todo, las estructuras y leyes que regulan el patrimonio.