Las diez noticias clave de la jornada
A la francesa. Junto a la ermita, el jardín es más convencional.
AL DÍA LOCAL

Las sorpresas del jardín centenario

El Museo Zuloaga mostrará el sábado su patrimonio natural mediante visitas guiadas. El parque que el pintor hizo crear en la finca que adquirió en las dunas de Zumaia apenas ha cambiado en un siglo

NEREA AZURMENDI

Jueves, 22 de julio 2010, 04:15

Publicidad

Las obras de arte que contiene el Museo Zuloaga se conservan y se muestran en lo que en su día fue el estudio del pintor eibarrés Ignacio Zuloaga (1870-1945), que hace exactamente cien años adquirió entre las marismas y las dunas de Santiago, en Zumaia, una amplia propiedad en la que construyó su casa de veraneo, a la que llamó 'Santiago Echea', y su taller-museo.

La colección de pintura y escultura que atesoró Zuloaga, enriquecida con su propia obra, centra la atención de los visitantes que hacen una parada en el conjunto que componen la ermita dedicada a Santiago y el taller del artista, y la mayoría ignora que el extenso parque que les rodea es también, a su modo, otra obra de arte.

Coincidiendo con el centenario de la adquisición de la finca, los responsables del Museo Zuloaga, con la directora del mismo y nieta del pintor María Rosa Suárez-Zuloaga a la cabeza, quieren dar a conocer y poner en valor el patrimonio natural que contienen los 30.000 metros cuadrados de jardín, impecablemente diseñados hace casi un siglo y perfectamente mantenidos en la actualidad. Como primera iniciativa en ese sentido, han organizado para el próximo sábado dos visitas en las que el naturalista Aitor Leiza guiará a los participantes a través de la riqueza natural de un parque que, pese a ser un claro ejemplo de naturaleza domesticada, no deja de proporcionar sorpresas. Sorpresas que, a menudo, confirman la veracidad del refrán que asegura que no se le pueden poner puertas al bosque.

«Les parecía una locura»

En 1910, Ignacio Zuloaga era un artista que entraba en la cuarentena, prestigioso y bien situado, casado con la francesa Valentine Dethomas, cosmopolita e integrado en la élite intelectual de la época. Para esa fecha, ya llevaban unos años buscando en Gipuzkoa terrenos en los que edificar una residencia de verano y un taller. Encontró el emplazamiento perfecto en la desembocadura del Urola, entre la marisma y la duna original de Zumaia, en un lugar en el que no había más que arena y los restos de una antigua ermita vinculada al Camino de Santiago.

Publicidad

«En el pueblo decían que era una locura la pretensión de mi abuelo de crear un jardín en aquel inhóspito arenal», recuerda María Rosa Suárez-Zuloaga. Y tal vez lo fuera, pero Zuloaga lo consiguió, trayendo tierra en carros tirados por bueyes y cubriendo la duna de un manto más fértil que la arena en el que comenzó a tomar forma un complejo que tardaría años en estar terminado, ya que la casa -obra del arquitecto vizcaíno Pedro Guimón- se inauguró en 1914, y el complejo que componen la ermita -de la que apenas quedan vestigios originales- y el taller-museo lo hicieron en la misa del gallo de 1921. Para diseñar el jardín recurrió al paisajista Alfredo de la Peña Ducasse (1887-1959), nieto del francés asentado en Donostia Pierre Ducasse, a quien San Sebastián debe sus más bellos jardines y a cuya obra dieron continuidad, y lo siguen haciendo, sus descendientes. De la Peña Ducasse se puso manos a la obra en 1913, enfrentándose a una finca azotada por el mar y por el salitre, en la que la tierra todavía no se había asentado.

Como recuerda su hijo Alfredo de la Peña Bengoechea -que asesora el Museo Zuloaga en el mantenimiento del jardín-, el paisajista se encontró con «un sitio muy difícil, con unas fuertes corrientes de viento y un altísimo grado de salinidad, que limitada su posibilidad de elección de especies». De la Peña Bengoechea hizo frente al desafío combinando grandes superficies arboladas de aspecto muy natural, propias de un jardín al estilo inglés, con rincones más geométricos, en las zonas más próximas a los edificios, concebidos al gusto francés que, probablemente compartiría con la señora de la finca

Publicidad

El jardín apenas ha cambiado desde entonces. Evidentemente, en un siglo ha habido ejemplares que han muerto y han sido sustituidos por otros de la misma especie pero, básicamente, el paisaje actual es muy similar al que veían Zuloaga, su familia y sus invitados. Los árboles, eso sí, han tenido muchas décadas para crecer, y eso se puede comprobar en algunos ejemplares magníficos de ciprés de Monterrey, los árboles que predominan junto con el pino marítimo.

Un laboratorio natural

El interés del jardín, sin embargo, no termina en sus características, sino que se extiende a sus efectos, que son los que más interesan a Aitor Leiza. El hecho de que hace casi un siglo se modificaran las condiciones naturales del entorno para implantar un nuevo hábitat -'artificial' dentro de su innegable naturalidad-, y de que se implantaran especies que no eran propias del lugar ha propiciado con el tiempo una especie de 'efecto mariposa' que ha dado lugar a fenómenos inusuales.

Publicidad

A juzgar por el tamaño que lucen, hace ya tiempo que los pinos cruzaron la verja que delimita la finca y se asentaron en un hábitat que no les es propio, la duna, la única de Gipuzkoa junto con la de Zarautz. Lo mismo puede decirse de otras especies arbóreas, que no solo se han extendido a la duna -y no siempre de manera inocua-, sino que también lo están haciendo a la marisma. Así, tanto dentro de la finca como fuera de sus límites se han ido «generando circunstancias que, sin la intervención de elementos externos, no se habrían producido. Y eso, a su vez, provoca relaciones insólitas entre especies que tienen resultados sorprendentes». Por ejemplo, la proliferación de especies micológicas, algunas francamente inesperadas...

Por esa razón, el parque no es sólo un hermoso jardín, sino un laboratorio de la naturaleza que, a juicio de Aitor Leiza, «tiene un indudable interés científico».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad