Irene Vallejo: «La máquina puede mejorar, pero no innovar»

A Irene Vallejo, autora de 'El infinito en un junco', un ensayo sobre la historia del libro que ha devenido en un sorprendente fenómeno editorial, no le quita el sueño la perspectiva de que las máquinas le dejen sin trabajo: «En algún sitio he leído que se prevé que para 2050 los robots estarán en condiciones de escribir 'best sellers', pero no sé si eso tiene mucho sentido y menos aún si se hará realidad. La inteligencia artificial puede ser muy competente a la hora de procesar los datos de los miles de novelas que los programadores introduzcan en su memoria. La pregunta clave, sin embargo, es si una máquina puede llegar a ser innovadora. Puede que reformule estructuras que ya existían y que vienen de novelas anteriores, pero de ahí a dar el salto y ser capaz de crear algo novedoso, algo insólito, que es en realidad la forma en que funciona el arte...».

La escritora zaragozana, reciente Premio Nacional de Ensayo, abunda en esa idea cuando habla de las experiencias cosechadas en algunos concursos literarios. «Hay jurados que han llegado a analizar textos escritos por máquinas y que han destacado que es muy llamativo lo bien estructurados que están los textos, posiblemente mejor que los de cualquier escritor. Sin embargo, esos mismos textos carecen de profundidad psicológica, de ironía, de humor, de todo lo que es intrínsecamente humano. ¿Qué conocimiento del mundo y de las personas puede llegar a tener una máquina?».

El escepticismo de la ensayista ante el potencial literario de la inteligencia artificial no le impide reconocer la extraordinaria utilidad de la tecnología. «Las máquinas nos hacen todo más sencillo, el ordenador nos proporciona acceso a una caudal de información que hace unos pocos años era impensable. Lo que no sé si tiene mucho sentido -añade Vallejo- es plantear que hay que prescindir del ser humano en el arte cuando el arte juega precisamente con las facetas más sofisticadas de la inteligencia. Creo que lo más sensato sería asimilar que máquinas y personas pueden colaborar».

La escritora se muestra asimismo partidaria de la convivencia en otro debate que también se suele plantear en términos excluyentes: el que enfrenta al libro de papel con el electrónico. «Me decidí a escribir 'El infinito en un junco' cuando abundaban las profecías apocalípticas en el sentido de que el libro electrónico iba a acabar con el de papel. Esa mentalidad competitiva de que uno de los dos formatos debe excluir al otro es un error. Cuando se inventó la fotografía se condenó a muerte a la pintura, cuando apareció la televisión se dijo que iba a ser el fin del cine y de la radio. El tiempo ha demostrado que no ha sido así en absoluto, que se ha producido una reconfiguración del paisaje y que cada formato ha ocupado un nuevo espacio. Con el libro electrónico y el de papel pasa lo mismo: es bueno que existan las dos alternativas porque enriquecen nuestras posibilidades como lectores. Hay gente con problemas de visión a la que la posibilidad de agrandar el tamaño de los textos que ofrece el libro electrónico le ha devuelto la ilusión por la lectura y eso es muy bueno, lo mismo que lectores que viajan mucho y que con el formato electrónico pueden llevar su biblioteca en el 'ebook' sin necesidad de arrastrar un baúl de libros».

Aunque la escritora no oculta su preferencia por el papel, insiste en la bondad del formato electrónico. «Sigo creyendo que hay una dimensión sensorial tangible en el libro de papel que lo hace especial y duradero, incluso pienso que los libros de papel se han vuelto más bonitos con la llegada del 'ebook' porque los editores saben que compiten con un formato más cómodo y más práctico y han reaccionado mejorando el diseño, la calidad de papel, las ilustraciones, las portadas... Lo deseable -resume- es que existan las dos cosas».