Al narco le sale el tiro por la culata
Un narcotraficante brasileño encarcelado en Paraguay asesina a sangre fría a una joven en su celda para paralizar su extradición. La indignación en ambos países ha frustrado su cruel artimaña
De la capacidad del crimen organizado en Latinoamérica para utilizar la violencia con saña intimidatoria da buena cuenta el narco mexicano. Exhibe ... sin pudor la macabra gestión de sus asesinatos colgando los cuerpos de sus víctimas de los puentes o abandonándolos mutilados en cualquier vía pública. Es un 'doctorado' del mal que en los últimos años ha superado con creces a la Escuela de Sicarios que creó el colombiano Pablo Escobar en Medellín.
Marcelo Pinheiro, alias Piloto, uno de los hampones más famosos de Brasil, ha agrandado aún más esa inabarcable fosa común del crimen en el continente. Líder del Comando Vermelho, una de las dos mafias que dominan el tráfico de droga en su país, en diciembre pasado fue detenido en Paraguay, gracias a una operación conjunta de las policías paraguaya, brasileña y norteamericana que puso fin a diez años de huida.
Desde entonces, Marcelo vivía cómodamente en las 'celdas VIP' que la Policía paraguaya ofrece sin pudor a cambio de unos pesos a los delincuentes que pueden pagarlas. Él residía en la Agrupación Especializada, un cuartel policial destinado a agentes y funcionarios imputados por delitos. Pero estaba preocupado por la orden de extradición a su país concedida para que pagara allí por su largo historial delictivo. Le pedían mas de 26 años. Hace unas semanas convocó una rueda de prensa en su propia celda y dijo sin rubor que «Paraguay es el país de la impunidad y la corrupción».
Pidió una mujer por el móvil y, cuando llegó a su celda, le asestó 17 puñaladas. Ningún carcelero hizo nada.
El pasado sábado creyó encontrar una drástica solución a su problema con la Justicia. Llamó a Lidia Meza Burgos, una chica de 18 años que se prostituía esporádicamente, a través de uno de los tres móviles con conexión a Internet que manejaba vulnerando los normas penitenciarias. La joven llegó a mediodía a su celda, tras serle franqueado el paso sin problemas. Unos minutos después, yacía agonizando a los pies del delincuente, que se sentó tranquilamente a esperar a los carceleros.
Lidia recibió 17 puñaladas pero ninguno de los seis guardianes, situados a unos cinco metros, oyó sus gritos. Fue trasladada a un hospital, donde no pudieron salvarla. El forense que certificó su muerte aseguró que no fue inmediata y sufrió una cruel agonía. En la reconstrucción de los hechos ordenada por la fiscal Irene Álvarez quedó claro que nadie oyó nada. Los carceleros alegaron que estaban acostumbrados a la entrada de mujeres y a sus gritos junto a Pinheiro.
Después de perpetrar el asesinato a sangre fría, la primera llamada que hizo su autor fue a su abogado. Entonces encajaron las piezas. El homicidio había sido una operación planificada con el único objetivo de bloquear la orden de extradición a Brasil.
Dirigir el narco desde la celda
La familia de la víctima no tenía dinero ni para un coche fúnebre y usó una ambulancia para las honras fúnebres. En su entorno se desató la ira. «Nos matan como a perros. Un puñado de brasileños vienen y hacen lo que quieren. Matan a una pequeña niña del campo, se apoderan de la frontera y manejan todo desde una celda de la cárcel», explotó un familiar de Lidia en el entierro.
El escándalo ha conmocionado a todo Paraguay y a su gigante vecino. Tanto, que ha logrado el efecto contrario al que buscaba el clan de Pinheiro. Diez horas después del asesinato, el presidente de Paraguay, Mario Abdo Benítez, ordenó la entrega del preso a las autoridades brasileñas. Un despliegue policial sin precedentes lo sacó de madrugada del país y lo llevó a la cárcel de máxima seguridad de Catanduvas, en el estado de Paraná. Las autoridades judiciales de ambos países acordaron que será en Brasil donde pague la cuenta por su último y frío crimen.
El Comando Vermelho lo había intentado todo para liberar a su jefe. En el último plan, propio de una película, había previsto volar un coche bomba ante la puerta del presidio. Fracasó, saldándose con la muerte de tres sicarios en el fuego cruzado con la Policía. Las autoridades dijeron después que, de haber explotado el vehículo, podrían haber muerto al menos cien personas. Cualquier opción era válida antes que permitir el regreso de Pinheiro a Brasil, donde el Comando Vermelho y el Primer Comando Capital libran una batalla por el control del narcotráfico que está sembrando el país de violencia y muerte.
En esa guerra sin cuartel, Lidia Meza Burgos ha sido solo un daño colateral. La joven, que había llegado desde Argentina hace dos meses y trabajaba cuidando a una anciana de 90 años, tuvo la mala fortuna de ser captada por Derlis Paredes, un proxeneta de 19 años que buscaba chicas para los narcos. En uno de los teléfonos de Marcelo Piloto se encontró una aplicación a través de la cual elegía a sus chicas. A todas les prometía «un lindo regalo», según las grabaciones que ha liberado la Policía.
Francisco Meza, padre de la infortunada, ignoraba todo esto. «Nos mimaba, salía del trabajo, iba a casa y dormía con su mamá», dijo entre lágrimas y con una foto de su hija mientras reclamaba justicia.
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