«Osakidetza nos lo está poniendo cada vez más difícil»
Usuarios del centro de salud de Beraun, en Errenteria, muchos de ellos mayores, se quejan del recorte horario en el ambulatorio
A media mañana, en el centro de salud de Beraun, en Errenteria, hay un trasiego de personas, casi todas mayores, que entran y salen del ... edificio. En la puerta, dos carteles anuncian los nuevos horarios que han entrado en vigor ese mismo día. «Del 10 de octubre al 5 de enero», el ambulatorio abrirá a las ocho de la mañana y cerrará a las cinco de la tarde, en vez de a las ocho, como hasta ahora. Entre cinco y ocho, las urgencias se atenderán abajo, en el ambulatorio de Iztieta, en el centro de la localidad. No hay médicos suficientes y Osakidetza se ha visto obligada a recortar horarios en algunos centros de salud, como ya lo hizo en verano.
«Vaya gracia lo de bajar a Iztieta, con lo bien que estamos aquí. Es una vergüenza», se queja Consuelo Juan, que acaba de vacunarse en el ambulatorio. «¿Y dónde andan los que han estudiado Medicina?», se pregunta. Ella misma ofrece una respuesta. «Como les pagan poco se van fuera de España y nosotros nos quedamos con los que no quieren en el extranjero. Aquí hay médicos muy buenos pero acaban largándose y nos traen a principiantes. Lo que tienen que haces es pagar mejores sueldos», asegura.
«Vaya gracia lo de bajar a Iztieta. Con lo bien que estamos aquí. Es una vergüenza»
Consuelo Juan
«En este barrio somos muchos. Como bajemos al ambulatorio se va a formar un atasco»
Juan Garrido
«Me han dicho que todavía no saben quién va a sustituir a mi médica, que se ha jubilado»
Florentino Sánchez
Juan Garrido aguarda sentado en el exterior del ambulatorio mientras en el interior los usuarios hacen cola pacientemente a la espera de su turno. Recuerda el caso de una mujer mayor que se cayó al suelo en la calle y se pegó un fuerte golpe en la cabeza. «Vino con una amiga al ambulatorio pero aquí solo estaban las de la limpieza. Como no tenían coche, tuvieron que ir andando a Iztieta».
«Van a cerrar demasiado pronto, si tengo un problema tendré que ir abajo», afirma. «En este barrio somos muchos, hay mucha gente y como todos vayan a Iztieta a partir de las cinco se va a formar un atasco», pronostica. Juan ha acudido al ambulatorio para conocer a su nuevo médico. «Llevaba 50 años con la misma médica y se acaba de jubilar. Es la doctora Gago, que ya casi era como de la familia. Es muy buena profesional».
La médica de Florentino Sánchez en Beraun también se ha jubilado. Ya son dos en el mismo centro en pocos días. «Me han dicho que no saben quién va a sustituirla, que todavía no hay nadie. Se están jubilando muchos médicos. Es que no hay. Ahora a ver quién viene, si es que viene alguien», explica. «Me parece mal que recorten los horarios, pero ellos son los que mandan», dice resignado Florentino, que es usuario del ambulatorio desde hace 40 años. «Alguna vez ya me ha tocado bajar a Iztieta y tuve que esperar un montón. En Beraun vive mucha gente».
Bastones y muletas
Avanzan los minutos y el trasiego de gente es constante. Hay padres con niños pero casi todos los usuarios son personas mayores. Se ven muchos bastones y muletas, y alguna silla de ruedas. «Osakidetza cada vez nos lo está poniendo más difícil», dice Federico Ramos. «A las cinco de la tarde hay gente que está trabajando y viene más tarde. Ahora tendrán que bajar a Iztieta. Todo lo que sea dar facilidades al enfermo está bien, pero ahora, encima que caes enfermo solo te ponen trabas», lamenta.
Federico mira a su alrededor y hace un breve resumen del paisaje humano que le rodea. «Somos todos de una cierta edad. El que no tiene cojera, tiene la visión baja o cualquier otra cosa». Son veteranos con muchos años de experiencia en Osakidetza, que conocen a sus médicos desde hace décadas y que habla de ellos con un deje de orgullo. «Yo a veces me cruzo con la mía en Errenteria y nos saludamos. Va muy elegante, un poco pija, pero es muy buena», dice una mujer.
Es un sentimiento de pertenencia. El médico forma parte de la vida de los pacientes, y viceversa. El ambulatorio de Beraun está integrado en el barrio y sus vecinos lo conocen como la palma de la mano. Se saben los nombres de sus profesionales, los de antes, los que están próximos a la jubilación y cuando se jubilan, dejan a sus pacientes un poco huérfanos. Como les sucede a Juan y Florentino, que esperan conocer a la persona encargada de sanarles cada vez que tengan un problema mientras hablan maravillas de los anteriores, que han envejecido con ellos.
«Cada dos por tres»
Es una Osakidetza de otros tiempos, quizá un tanto idealizada por sus viejos usuarios, pero que poco a poco va desapareciendo. «Yo tengo el mismo médico desde hace 30 años, pero al de mi madre lo cambian cada dos por tres», dice Mari Paz Fernández. Su hermana Loli, se queja de los problemas que encuentra para que le atiendan por teléfono. «Llamas, no te cogen, tienes que venir aquí y tampoco te atienden porque resulta que están hablando por teléfono. ¿No es raro?».
Mari Luz Cuñas sale del centro de Salud. Tiene una úlcera en la pierna que no se le va y después de varios intentos ha conseguido que se la examinen. «Llevo mes y medio con esta herida», afirma la mujer, que durante este tiempo se las ha tenido que ver con uno de los más temibles enemigos de las personas mayores: las centralitas telefónicas automáticas. «Llamas, te sale una voz diciendo que marques un número, te ponen la musiquita, esperas, te sale otra voz diciendo que sigas esperando, te ponen otra vez la musiquita...».
«Hay que dar facilidades pero ahora, encima que caes enfermo, solo te ponen trabas»
Federico Ramos
«Si llamas no te cogen y si vienes no te atienden porque están hablando por teléfono»
Loli Fernández
«Solo hay dos personas atendiendo, cuando antes había cuatro»
Mari Luz Cuñas
Ella llamó cargada de paciencia y al final pudo contactar con un auténtico ser humano que le dio cita para la semana siguiente. «Vine a la consulta, me dieron un antibiótico y me dijeron que esperara diez días, pero la herida no se me curaba. Después me dijeron que me llamaría un dermatólogo pero no me ha llamado hasta hoy y he venido a que me mire. Si quieres que te hagan caso hay que estar encima». Ha venido, pero ha tenido que pasar otro filtro, el de la fila de espera. «He estado casi veinte minutos de cola, es terrible. Solo hay dos personas atendiendo cuando antes había cuatro y están todos contándose cómo lo han pasado el fin de semana».
Sigue entrando y saliendo gente en el centro de salud. Las puertas, que han quedado abiertas, ocultan los carteles con el nuevo horario. Si hay alguien que no los ha leído, ya no lo hará. Muchas de las conversaciones son sobre temas sanitarios. Hay personas que parecen profesionales de lo bien que disertan sobre cuestiones sanitarias. Hablan de analíticas -«es una cada seis meses», explica un hombre a una mujer-; intercambian información sobre vacunas y enfermedades, sobre síntomas y medicamentos. En los alrededores del centro se ha desarrollado un microclima de expertos en salud.
«Nosotros estamos muy contentos con los médicos de ahora. ¿Por qué se tienen que ir?», pregunta Consuelo, que habla maravillas de su doctora. «Es buenísima, nos atiende a toda la familia». «Mejor que no lo cierren tan pronto», dice Juan. «Es un problema de fondo», explica Federico Ramos. «Si no hay médicos es porque no tienen suficientes alicientes económicos y de medios para estudiar la carrera. Son muchos años y si te lo ponen difícil prefieres dedicarte a otra cosa».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión