Mi loro se llama Labi y no sé qué hacer con él
Aquí en la sexta ola... ·
No hago carrera con mi pájaro. Se le mete una cosa en la cabeza #y a los cuatro días dice lo contrarioTengo un loro que se llama Labi y no sé qué hacer con él. Como ve muchas películas americanas, repite a menudo «haz lo que ... tengas que hacer», que es algo que les gusta decir mucho a los protagonistas, pero cada vez que lo intento me echa la bronca, el muy sibilino.
Es que me tiene el loro desconcertado. Si salgo de casa a cara descubierta se pone a graznar «la máscara, la máscara». Si lo hago con la cara tapada me grita «que no hace falta, que no hace falta». Si llego tarde me llama botellonero negacionista. Si lo hago pronto me pide el pasaporte y si se lo enseño me dice que ya no es necesario. Cuando me puse la segunda dosis me apremió para ponerme la tercera. Cuando salí a por la tercera le miré y se hizo el loco. «Ni sé ni contesto», repetía.
No hago carrera con Labi, el loro. Como no tiene otra cosa que hacer más que incordiar, se traga todos los telediarios, las tertulias, los protocolos del Gobierno Vasco y hasta los partes de la radio, por no hablar de los periódicos que devora, literalmente hablando. Creo que tanta información le está afectando al entendimiento. Se le mete algo en la cabeza y a los cuatro días de darle vueltas al asunto ya piensa lo contrario, si es que los loros piensan, que yo de eso ni idea.
Si salgo a cara descubierta grazna «la máscara». Si voy con la cara tapada grita «no hace falta»
Salgo a comer con la cuadrilla y desde la acera todavía se le oye. «Cincuenta comensales, cincuenta comensales». Voy de potes y me advierte: «que te sientes, que te sientes». Tuve Covid y me abroncó. «Te lo dije, te lo dije». Me eché novia y amenazó con sancionarla si tosía. Me dejó.
Y luego está lo de las tasas de incidencia. El condenado se las sabe todas y ahora le ha dado por cantarlas. Por las mañanas temprano, después del primer alpiste, se aclara la garganta y empieza a entonar: «un infectado se balanceaba sobre la tela de una araaaña...» Un día llegó a los 7.558. Un espanto, de verdad. Hasta los vecinos me han denunciado al TSJPV.
A tal punto llegó mi hartazgo que ayer me planté ante él y le solté: «A ver, Labi, céntrate». El loro torció la cabeza, me miró con esa mirada aviesa que solo saben poner los loros, y respondió: «Omicrón». Puso tanto acento en la última 'o' que perdí la paciencia, lo metí en un saco, le puse un sello y lo mandé a una granja de pollos. Que hagan con él lo que tengan que hacer.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión