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Ane es celíaca desde que tiene un año. Iñigo Royo
Día Internacional de la Enfermedad Celíaca

«Los productos sin gluten son más caros, cuesta más encontrarlos y muchas veces no están tan ricos»

La andoaindarra Ane Román es celíaca desde que tenía un año. «Me he acostumbrado, pero aún me cuesta encontrar comida apta para mí en algunos bares», admite

Macarena Tejada

San Sebastián

Jueves, 16 de mayo 2024, 06:20

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Ane Román está «acostumbrada» a comer alimentos sin gluten. Esta andoaindarra de 21 años es celíaca desde que tenía uno, pero eso no significa que para ella, al igual que para tantas otras personas con su enfermedad, estos productos «no estén tan ricos, cueste más encontrarlos y sean más caros», algo que lamenta con profundidad. Cuando apenas era un bebé, hubo una época en la que no conseguía zafarse de la fiebre. Ella no lo recuerda, pero sus padres le han contado que lo pasaron «muy mal. Tenía mucha fiebre durante semanas, luego se pasaba, pero unos días después regresaba». Después de varias pruebas médicas, los sanitarios detectaron que «tenía el intestino muy dañado» a causa del gluten que ingería sin saber que le sentaba realmente mal.

El resultado fue claro. Ane era —y sigue siendo– celíaca. A los 8 años, antes de hacer la primera comunión, se sometió a la conocida como prueba de fuego. «Cada día tomaba algún alimento con gluten y poco a poco iba aumentando la cantidad para comprobar cómo me sentía. El día que comulgué comí pasta y un montón de cosas del estilo que no acostumbraba. Fue increíble porque nadie tenía que tener cuidado con que se le cayera alguna miga a mi plato. Pero me sometieron a las analíticas pertinentes y se reafirmó mi celiaquía», recuerda.

Desde entonces no ha vuelto a tener problemas de salud relacionados con el gluten, porque hace más de diez años que lleva una dieta muy estricta, como la de cualquier persona celíaca, sin esta proteína y sin ningún tipo de contaminación cruzada. Esto es, su comida no puede tocar nada con gluten. Una vez al año, además, se somete a un análisis para comprobar que su microbiota y su intestino están bien.

Normalmente, con sus amigas intenta ir a sitios que sabe que sirven comida sin gluten, sobre todo a aquellos certificados por la federación de asociaciones de celiaquía del Estado (Face), pero no siempre lo consigue. «Me ha pasado ir a un sitio que en principio servían comida para mí y finalmente no tener nada e irme a otro lugar a comer sola», admite. También se encuentra con dificultades cuando quiere picar algo o comprar un tentempié en alguna tienda, «suelen ser más caros y no hay muchas opciones», dice. «Aunque por ejemplo ahora están haciendo cada vez más cervezas sin gluten», reconoce. Y no solo eso. Ella suele gastarse «más dinero» que sus colegas cuando compra una galleta o una barrita para merendar. «No es justo. Lo noto mucho, pero a mí también me gusta disfrutar de la comida y poder darme un capricho como el resto de la gente», reflexiona.

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