En España, el 90% de las personas que trabaja en el sector del hogar y el cuidado son mujeres y la mayoría de estas son migrantes. DV

«Estuve más de cuatro años de interna y la familia no me pagaba el sueldo mínimo»

El último informe de Ikuspegi denuncia la precariedad en el sector del hogar, en el que el 90% de las trabajadoras son mujeres inmigrantes

Sábado, 11 de octubre 2025, 00:14

Luz trabaja 70 horas a la semana, aunque su contrato dice 40. Cuida, limpia, cocina y acompaña sin poder disfrutar apenas de un descanso o días libres. De manera similar, María Elena define la labor de interna como «un encierro», mientras que Valeria describe el miedo y el calvario que supone este trabajo al «no cobrar lo que se debe, realizar horarios y jornadas abusivas y tareas que van más allá del cuidado de una persona» en una situación de irregularidad. Ellas son solo algunas de las miles de mujeres inmigrantes que adoptan este rol en Euskadi y que, como parte del último informe del Observatorio Vasco de Inmigración (Ikuspegi), comparten su historia para denunciar las dificultades a las que se enfrentan. El 90% de las personas del sector del trabajo del hogar en España son mujeres; y la mayoría de estas, inmigrantes.

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Ikuspegi denuncia en su último informe que «la invisibilidad del sector favorece una desregulación que puede aumentar la precariedad laboral de las trabajadoras». También hace hincapié en varias problemáticas laborales, como el «incumplimiento de la normativa que obliga a proporcionar contratos laborales estrictos y contratos falaces que no reflejan las condiciones reales del empleo». Las jornadas, además, «superan lo estipulado en el contrato, muchas veces sin respetar los tiempos de descanso». Para elaborar este trabajo, Ikuspegi ha contado con los testimonios de seis mujeres trabajadoras del hogar -los nombres utilizados son ficticios-.

En referencia a los contratos laborales, algunas declaran que «hay mucha gente que ni siquiera tiene las dos horas para darse un paseo»; o que «no son las 40 horas que se dice que se trabaja, son las sesenta que tú estás dedicada ahí. No duermes, porque no sabes en qué momento te va a llamar la persona a la que cuidas. No pegas ojo y te tienes que levantar a las ocho de la mañana sin haber dormido». Por si fuera poco, las retribuciones por realizar esta labor «son demasiado bajas. Suelen ser el salario mínimo, o menos, sin corresponderse con las jornadas reales trabajadas». Denuncian, además, «descuentos por alojamiento y manutención» en el caso de las trabajadoras internas.

Valeria salió de Nicaragua en 2009 y acabó en Euskadi «trabajando cuatro años y medio de interina en una casa donde no me pagaban lo establecido por ley», comienza. Ante los «incumplimientos y abusos reiterados», Valeria decía que iba a llamar a SOS Racismo, pero la familia le insistía que en que «no lo hiciera, porque iba a quedar fichada y no me iba a dar trabajo nadie», recuerda. Finalmente contactó con la organización pero «el caso no llegó a juicio porque la familia quiso arreglar la situación y me abonó gran parte del dinero que me correspondía como trabajadora».

«Aguantamos por los papeles»

A lo largo del informe, varias trabajadoras comparten situaciones en las que se han visto obligadas a desempeñar tareas que no les corresponden, soportando una carga de trabajo desproporcionada y desacorde con sus puestos de trabajo. Una de ellas explica que «te llaman para cuidar del abuelo y resulta que luego tienes que planchar las camisas del hijo y de todos. Las tareas no están definidas. Si es para cuidar al abuelo, se supone que tú tienes que atenderle personalmente a él, por ejemplo, llevándole de paseo y haciéndole la comida. Pero no tienes que quitar el polvo de toda la casa; eres la cuidadora de una persona, no de toda la familia».

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El problema, confiesa la mayoría, «es que soportamos todo porque tenemos que mandar dinero a casa». Luz explica que «aguantamos por los papeles». Sofía, otra trabajadora del hogar, habla de que «la familia se vale de la situación de irregularidad. En mi segundo trabajo de interna me empadronaron, pero me prohibieron consultar mi situación; me dijeron que si le contaba a alguien que estaba trabajando sin contrato les podían multar por tener a una persona sin papeles y que a mí me devolverían a mi país y que no podría volver a entrar». El 30% de las personas que trabaja en el sector de trabajo de hogar y cuidados lo hace sin contrato.

Por situaciones como estas denuncian «un gran estrés laboral, desgaste emocional y violencia laboral»; todo ello sumado al sacrificio de dejar a su familia atrás en su país de origen, en muchos de estos casos. «Hay una estigmatización de la mujer que al 'abandonar' a sus hijos parece no cumplir el rol de género que se le asigna. En el caso del varón que migra nunca se habla de 'abandono' de sus hijos e hijas», critican.

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