Ascenso y muerte de la ría de Castilla
Las obras las terminaron los presos tras casi cien años de trabajos. El sueño de progreso duró lo que tardó en sonar la sirena del tren
Hubo un tiempo en el que Castilla creyó en un futuro industrial acorde a su condición de granero del país. El cereal a principios del ... siglo XVIII era el equivalente a los altos hornos que después se llevaron la riqueza hacia el norte. Los canales de Centroeuropa como el del Mediodía (Midi) francés, que une el Mediterráneo con el Atlántico en Burdeos, eran la envidia de la corte española. La Meseta producía excedentes pero no tenía forma de llevarlos a los puertos para conectarlos con el resto del imperio español y traer a cambio riquezas foráneas.
«Conozco que para hacer los ríos navegables y caminos son menester muchos años y muchos tesoros. Pero, señor, lo que no se comienza no se acaba». Con argumentos así, el marqués de la Ensenada y consejero de Estado de Fernando VI, Zenón de Somodevilla, convenció al rey de la necesidad de promover una tarea de titanes.
El 16 de julio de 1753 se empezó a construir a pico y pala el gran surco que debía comunicar el interior rico con los puertos cántabros. El plan inicial del marqués, al que puso planos el ingeniero Antonio de Ulloa, era muy ambicioso. Se querían hacer cuatro canales que llegarían hasta Reinosa (Cantabria) desde Segovia, Medina de Rioseco y Valladolid, además del que uniría Villanueva de Duero (Valladolid) con la capital del acueducto. Incluso se pensó en un futuro canal que atravesara Guadarrama para llegar a Madrid.
Fue la idea más generosa de la Ilustración española, que se miraba en el espejo de Luis XIV, monarca que llenó Francia de canales, algunos operativos hoy. El primer golpe de pico se dio en Ribas de Campos, nudo neurálgico palentino donde las aguas del río Carrión complementan las que aporta el Pisuerga. No será hasta 1791 en que se logre el hito de unir las aguas de ambos en este punto.
Aunque los problemas llegaron mucho antes. Con apenas 25 kilómetros de trinchera, el marqués de la Ensenada y Ulloa fueron cesados. Las guerras, los parones y los costes estiraron unas obras que acabaron rematando miles de presos. Tras enormes penurias y la entrega de los trabajos a la privada Compañía del Canal, el 8 de noviembre de 1849, casi un siglo después, se abrieron las compuertas que dieron paso a las aguas de los dos ríos que alimentan el canal.
El sueño de la Iustración castellana se concretó en 207 kilómetros con tres ramales en forma de Y griega que unían los núcleos de Medina de Rioseco y Valladolid con Alar del Rey, en las estribaciones de la cordillera Cantábrica. El sueño de atravesar la montaña se había abandonado mucho antes de finalizar las obras.
Astilleros de secano
Con el fluir del agua, todo aquel esfuerzo cobró sentido. El día que llega a la dársena de Medina de Rioseco «tuvo que ser un espectáculo impresionante. Era ver llegar la vida a través de un canal construido, ver llegar el agua potable, el progreso, el trabajo», cuenta la historiadora riosecana Virginia Asensio en el documental 'Canal de Castilla. El sueño ilustrado'.
En ese cauce que oscila entre 11 y 22 metros de ancho, el trasiego se hizo intenso. Incluso se construyó un astillero en Villaumbrales, del que salieron las 400 barcazas que recorrían las aguas. Era un tráfico en doble sentido, con atajos de mulas que tiraban con cuerdas de los botes por los caminos de sirga que bordean la ruta. Un porte entre Valladolid y Alar del Rey, puntos más distantes, podía efectuarse en seis o siete días.
Se multiplicaron los proyectos industriales, docenas de harineras y molinos y todo tipo de gremios se asentaron en los márgenes. La aristocracia rural dio paso a lo que el profesor de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Valladolid, Javier Moreno, llamó «la harinocracia». Valladolid abría bancos por doquier en una ciudad «en trance de perder su apariencia levítica y castrense para poblarse de chimeneas y convertirse en el mayor núcleo del noroeste». Solo Barcelona creció más en aquellas décadas.
El brillo de aquellas aguas duró apenas unas décadas. Las obras del ferrocarril Valladolid-Alar del Rey casi coincidieron con el remate de la última esclusa. La misma compañía que trajo el progreso por el agua se la llevó sobre los raíles. Comenzó el lento olvido de un proyecto que marcó el paisaje castellano para siempre.
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