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Pasajeros del 'Aitona Julian III' desembarcan en la isla de Santa Clara. Lobo Altuna

«Venir a la isla es mejor que ir a Hawaii»

Paraíso cercano. Santa Clara acoge estos días de verano a cientos de personas para disfrutar de su playa y de sus vistas

Pablo Campano

Martes, 26 de agosto 2025, 00:17

En pleno agosto, la pequeña isla de Santa Clara se convierte en uno de los destinos más buscados tanto por los donostiarras como por los ... turistas que quieren desconectar sin alejarse demasiado de la ciudad. Su inmejorable ubicación en el corazón de la bahía de La Concha, su faro centenario que esconde una escultura en su interior, su pequeña playa, perfecta para disfrutar del sol veraniego, y su merendero resguardado por la sombra y con vistas inigualables de Donostia la hacen perfecta para quien busca una escapada breve pero intensa. En estas jornadas de verano, sus senderos, terrazas y rincones se llenan de visitantes que, ya sea con un baño en el mar, con la brisa que corre en el monte o simplemente tomando una bebida fresquita mientras contemplan la panorámica de la bahía, rompen su rutina o disfrutan de sus vacaciones de verano.

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«La mezcla perfecta entre monte y mar», así describe David Herrero la isla de Santa Clara subido al 'Aitona Julian III', la motora que la une con el muelle. Donostiarra de nacimiento, Herrero conoce bien este islote, pero nunca se cansa de él. Lo que más le impresiona es «lo histórica que es», recuerda, mencionando las múltiples vidas que ha tenido este lugar a lo largo de la historia. «Si bien es cierto que ahora está un poco masificada y que hay que venir a la isla con cuidado, hay que visitarla de vez en cuando, tanto turistas como locales».

Delante de Herrero, también a bordo, viaja Ainhoa Marín, otra donostiarra que coincide con él en la necesidad de que los locales redescubran este patrimonio natural. «Los que somos de aquí deberíamos usar más la isla», reconoce. «Como está siempre ahí, a la vista, la damos por hecha y apenas la aprovechamos. Yo, por ejemplo, llevaba muchos años sin venir. Mis hijos aún no la conocían y hoy queríamos cambiar eso». Para esta ocasión, su plan es sencillo, consiste en «llegar a la isla, bañarse, comer y luego improvisar el resto del día, que es lo único que se puede hacer cuando vas con los peques».

La dualidad que ofrece la isla permite que sea lugar de reunión para familias de todos los gustos. En los merenderos de la parte superior se encuentran Mari Jose y Mari Carmen, vecinas de Loiola. «Ya hemos tenido suficiente playa, ahora toca un buen ratito de sombra», explican. Junto a su familia, suelen venir «una vez al año», porque este lugar «tiene de todo. El que quiere sol se puede ir abajo, mientras que los que nos quedamos aquí podemos disfrutar de una temperatura muy buena incluso en los días de más calor». Esto hace que la consideren como «una maravilla, el lugar perfecto para comer en familia».

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Pero la cima de Santa Clara no es solo un buen lugar para familias que buscan un plan para reunirse con todos sus seres queridos, también muchos jóvenes de la zona deciden visitarla para «comer patatas fritas, charlar y jugar a las cartas». Así lo cuentan Nairaitz Pérez y su amiga Saioa González, que aprovechan la brisa fresca en la zona superior de la ínsula para descansar tras una caminata. «A nosotras nos gusta bastante estar aquí arriba. Es más tranquilo, no hay tantas gaviotas, el aire es más limpio y se siente diferente. Ahora nos daremos un baño en el mar, comeremos algo y quizá después demos una vuelta por el centro, que pilla cerca».

Otro grupo de amigas, en este caso el conformado por Aitana Gurrutxaga, Ane Zabala y Naia Hidalgo, coincide en que el lugar podría atraer a más juventud si fuese más accesible económicamente hablando. «Viene bastante gente joven, pero vendría aún más si fuera más barato. Sería genial que, al ser patrimonio de todos los guipuzcoanos, se incluyera en el sistema Mugi, por ejemplo», argumentan.

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Una isla con mucho arte

En el punto más alto de la isla, se encuentra su faro. En su interior está la escultura de Cristina Iglesias, una obra que hace alusión a la naturaleza salvaje del entorno y a la unicidad de la geología vasca. Allí, mientras admira la interacción de la pieza con la marea, Alex Saenz comenta que nació «aquí», en Donostia, pero que lleva «unos años viviendo en Madrid». «Desde que me marché, no había tenido la ocasión de volver a Santa Clara, hasta hoy. Ahora iremos al chiringuito, pero la primera parada era esta escultura, porque me gusta el concepto artístico que tiene», comenta distraído por la espectacularidad del monumento.

Y es que Santa Clara no solo es un espacio especial por el arte que contiene, también lo es por el arte que inspira. Un ejemplo es Joserra Lertxundi, otro nacido en San Sebastián que ahora vive lejos de la Bella Easo, y que regresa a la ciudad en vacaciones. «Llevaba sin subir aquí desde los dieciocho años. Hoy he decidido venir y ponerme a dibujar. Es algo que me relaja mucho, sobre todo si lo que dibujo es el mar. Le echas todo lo malo que llevas dentro y te quedas exclusivamente con lo positivo», cuenta Lertxundi a la vez que pinta unos trazos azules en su cuaderno de dibujo, que lo acompaña en todos sus viajes. Para él, el gran azul tiene un poder «terapéutico», y asegura que «su olor, su sonido y su color azul son lujos gratuitos. Los que somos de mar lo necesitamos, pero lamentablemente, a veces, no somos capaces de valorarlo lo suficiente hasta que nos vamos».

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Deporte con buenas vistas

Aparte de ser un refugio para artistas, el islote también se ha convertido en un espacio ideal para quienes combinan ocio y deporte. Así lo demuestran Tomás Aramendi y los hermanos Jon y Mikel Arana. «Los tres somos miembros de la misma sociedad deportiva y solemos venir haciendo paddle surf. Intentamos llegar temprano, que es cuando menos gente hay», relata Jon Arana, mientras recupera fuerzas sentado en una mesa del chiringuito. Para Aramendi, la isla es «perfecto para hacer ejercicio y socializar», porque después del esfuerzo «puedes refrescarte, tomar algo y charlar viendo el paisaje». «Es un sitio espectacular. Para mí, mejor que Hawaii, pero como está aquí y no en el extranjero no sabemos aprecirarlo tanto», añade entre risas, justo antes de darle otro sorbo a su copa llena de txakoli fresquito.

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