Los 111 hijos del santo patrón
Un repaso a los 111 nombres propuestos por la ciudadanía para el Tambor de Oro permite establecer tres grandes grupos, no necesariamente iguales en ... número: los figurones que darían órganos vitales de su cuerpo a cambio de recibir la distinción; los que no saben, no ya qué significa, sino ni siquiera de su existencia; y los que en estos momentos elevan sus plegarias al cielo con el objetivo de no ser los agraciados.
Mucho se tienen que torcer las cosas para que el Tambor de Oro no salga de ésta seriamente rayado. Los ya habituales bailes de nombres anuales, las nominaciones en falso y la apertura a una participación ciudadana de natural gamberra han sumido el premio en la crisis. En cuyo origen, cabría añadir, seguramente se encuentra la propia concepción del Tambor, sometido a unos condicionantes que no dejan más opción que concederlo por los motivos más peregrinos o directamente por razones equivocadas o renunciar a su periodicidad anual y dejarlo para cuando realmente haya un candidato en condiciones.
Está dicho, pero si hace falta se vuelve a repetir: las Medallas de Oro de la ciudad son el máximo galardón que concede Donostia y ahí nunca hay dudas sobre los merecimientos de los galardonados. El Tambor de Oro sólo es un invento del narcisismo donostiarra. En cuanto a la participación popular, el peatón sólo aspira a que los representantes institucionales se la ahorren, interpreten sus deseos o incluso los adivinen sin necesidad de explicitarlos. Cuando el representante político abdica y le devuelve la pelota, el ciudadano se venga, en forma de candidaturas chanantes. Y ojo, no le deseo ningún mal al Athletic, pero ojalá gane: 24 horas de tamborrada ininterrumpida. Quién rechazaría semejante planazo.
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