Ecos neoplaterescos frente al Urumea
Okendo 12 ·
Entre la plaza y el río, Cendoya levantó en 1920 una esquina de arenisca que respira dos atmósferas: la monumentalidad abierta y la escala doméstica del Ensanche con balcones curvos y una torre octogonalMario Domínguez
Arquitecto. Máster en Gestión de Patrimonio Cultural
Lunes, 29 de septiembre 2025, 00:18
El edificio actual de Okendo 12, proyectado en 1920 por Eugenio Pedro Cendoya Oscoz (Villabona, 1894), se sitúa entre el borde fluvial –con el teatro ... Victoria Eugenia, neoplateresco monumental, y el hotel María Cristina, eclecticismo afrancesado– y la densidad de manzana del Ensanche Goicoa. Una vez más, en esta ciudad de encuentros de agua y tierra, el arquitecto manejó la trama urbana como el arte de leer el lugar. Un juego cuyas piezas del tablero serían diferentes ambientes urbanos, diferentes atmósferas de lo edificado, que en este caso concreto se enfrentan al borde de un río a punto de desembocar. El trabajo de Cendoya es tomar los buriles del tamaño y del estilo, y fraguar el paso de una a otra atmósfera como si fuera algo natural.
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Bajo esa lógica de piezas urbanas, la secuencia Zurriola-desembocadura del Urumea-Reina Regente-plaza Okendo formaría la primera atmósfera, hecha de amplias visuales, jardines abiertos entre fachadas, la brecha de agua dominante como antesala a las manzanas de Cortázar. Enfrente, y consciente de ese rol de borde, una segunda atmósfera en la que la ciudad se redensifica en manzanas. Okendo 12 afronta toda esa apertura, entendiendo las hechuras de su estilo, sus proporciones y su luz, y redistribuyéndolas hacia el interior del Ensanche, como quien toma aire antes de entrar en un espacio más íntimo.
El punto de partida, al inicio de la manzana, lo marca el edificio de Okendo 2, proyectado en 1865 por Eleuterio de Escoriaza, de proporción neoclásica, zócalo de arcos, ritmo simétrico de huecos y mansarda. El Okendo 12 original del propio Escoriaza, proyecto de 1866, seguía ese canon, aunque con un zócalo más ajustado. Al llegar 1920, ese original del 12 se derriba y Cendoya, ajustando la nueva esquina a las ordenanzas, mediará entre la monumentalidad abierta de la plaza y la escala doméstica de la calle Bengoetxea.
Para ello, la solución adoptada será un volumen de planta baja, cinco altas más ático, con remate de esquina en torre octogonal, paños principales de arenisca labrada y cajeada, y mínimos vuelos en balcones. La operación esencial será la precisión socrática con que Cendoya escogerá los lugares de la fachada donde posar un no menos meditado 'pequeño catálogo neoplateresco', muy esencial y claro, de forjas, grutescos (motivos ornamentales de fantasía, con figuras humanas, animales y follajes entrelazados), labra de la piedra y medallones con efigies. La composición pasa de compleja y centrada en Okendo, a vertical y homogénea hacia la plaza Gipuzkoa, de modo que la inspiración decorativa traída desde el Victoria Eugenia deja una estela ordenada, atenuada, con el movimiento de la esquina.
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Este desplegar de motivos empieza en el arco de medio punto por el que se accede al interior, donde paneles metálicos calados con grutescos introducen desde la calle ese repertorio ornamental. Su relieve y pátina oscura contrastan con la piedra pulida del zócalo y su verticalidad acompasa la altura del portal, preparando la transición al interior. Al cruzar el umbral, se vislumbra un pórtico renacentista de pilares con empanelados también de grutesco, tallados en módulos verticales.
Pero es la fachada a Okendo la que concentra la mejor maniobra compositiva. El auténtico 'tapado' de este edificio es el núcleo de los balcones curvos, apilando y cuadrando las tres alturas en el centro de la fachada, como una unidad dentro de una unidad mayor. Tres grandes vanos, separados en tres alturas por dos breves lenguas circulares de hormigón, alterando la decoración en cada planta.
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Sobriedad y pureza
En la primera, sobriedad: columnas de fuste liso y entablamento que es más bien un encintado; en la segunda, capiteles historiados bajo dintel corrido; y en la tercera, la desnudez del recerco nos devuelve a la pureza de la piedra, todo en una conseguida proporción. Podemos encontrar momentos parecidos en otras fachadas de la ciudad –Miracruz 32; Easo 10– en las que un motivo compositivo funciona agrupando elementos a escala de varias plantas. El efecto conseguido es convertir los alzados predominantes, a base de huecos verticales, en fachadas que aportan su propio orden desde dentro, intensificando la calle en la que se encuentran.
La continuidad entre ambas fachadas se conforma mediante un mirador de esquina en hormigón armado –uno de los primeros en la ciudad–, de cornisas curvas e impostas tensadas que envuelven el chaflán, y cuyo último piso se transforma en un volumen octogonal coronado por una balaustrada sobre cornisa y óculos.
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El autor
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Eugenio Pedro Cendoya Oscoz (Villabona, 1894-Barcelona, 1975) Arquitecto guipuzcoano formado en Barcelona. Coautor del Palacio Nacional de Montjuïc (1929), pieza central de la Exposición Internacional y actual sede del MNAC. Proyectó también las viviendas monumentales de Costa 3 en Zaragoza (1926), la sede del Banco de Bilbao en plaza Cataluña (1931) y la iglesia de San Francisco de Paula (1946). En Donostia, su intervención en Okendo 12 revela una precisión urbana que atraviesa estilos y escalas con naturalidad.
La destreza de Cendoya en Okendo 12 nos sigue recordando que la labor del arquitecto se desarrolla en un contexto compuesto de muchos factores. Y que el resultado de trabajar con ellos termina por ofrecer insospechados dividendos estéticos, así como soluciones a problemas tan difíciles como el de gestionar la belleza arquitectónica preexistente.
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