Eran unos tipos a los que no les asustaba vapulear la situación política o económica que se excusaban, era una canción de Serrat, en las ... flores que regalaban a sus mamás y, sobre todo, en que daban de comer a las palomas. Para los niños de Mary Poppins fue una satisfacción comprobar como el ávido banquero dejaba la caja fuerte a un lado y se ocupaba de estas aves tan londinenses y tan de la City como su propio padre. Ayer, un ciudadano menos convencido de que lo de dar de comer a las palomas es un símbolo de bondad y de amor a la naturaleza, escondía migas de pan en una bolsa de plástico. Las soltaba como si no fueran suyas, sin mirarlas, como si nunca se le hubiera ocurrido alimentar a quienes pasaron de ser de pajaritos bucólicos a bichos a exterminar por su influencia negativa en el mobiliario urbano y su capacidad de transmitir infecciones. Hace muchos años que unas redes capturaron a un buen montón de palomas urbanas, sí, esas que se asoman en algunos balcones, a las que se ahuyenta con picos metálicos en los tejados, a las que el supuesto buen vecino que pasea bajo la lluvia quiere alimentar. 'No las vamos a matar' aseguraban entonces desde el Ayuntamiento de la ciudad, aunque poco a poco podía comprobarse cómo disminuía el número de ejemplares. ¿Qué fue de aquel halo que las rodeaba? ¿Nada?
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