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Calcetines limpios

Desde el Bule ·

Ana Vozmediano

San Sebastián

Miércoles, 21 de noviembre 2018, 08:25

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Oier es un niño sano, pero además, tiene toda la pinta de que va a ser a ser un crío feliz. Tiene a sus padres embobados, a su hermana entre celosa y atenta y un entorno dispuesto a darle todo lo que necesite. Oier no necesita que lleguen envíos humanitarios para no pasar frío, su ropa habrá pasado por todo tipo de controles de calidad, higiene y antialérgias a su piel suave. Y está muy guapo. El sábado pasado, en la Brecha, Zaporeak, la oenegé guipuzcoana ahora con pabellón griego, recogió ropa para los refugiados que se han quedado estancados en Grecia, hombres, mujeres y niños que se encuentran en campamentos a los que nadie se atreve a denominar como campos de concentración, tal vez porque en la línea final de la hilera de los barracones no hay cámaras de gas. Pero sí hay barro, hielo, y frío, mucho frío. Las bolsas de se iban acumulando por todas partes, llenas de ropa casi sin usar, alguna recién comprada como los calcetines, que no solo no tenían que estar limpios sino estar nuevos. Un buen amigo dice que dar lo que sobra no es solidaridad sino limpieza de armarios. Parece cruel e impropio de una persona un poco gruñona, pero también sensible y generosa, tener una visión tan reducida de aquellos que dan chamarras o botas de monte y, sobre todo, a quienes dedican mucha parte de su tiempo a organizar recogidas como esta, a quienes pasan la tarde en un almacén clasificando ropa y complementos, o pasan su tiempo libre intentando que esta gente tenga dignidad.

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