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El legado de Imanol Alguacil es impagable dentro del terreno de juego, pero también ha dejado muchas perlas en la sala de prensa difíciles de olvidar. Hubo ocasiones en las que tiró de creatividad para mostrar su parecer y en alguna otra le dio por cantar, como cuando celebró el retorno del informador Txema Oliden con los sones del «No puedo vivir sin ti» de Coque Malla.
Habida cuenta de que las comparecencias tanto del presidente, Jokin Aperribay, como del director de fútbol, Roberto Olabe, y de los propios jugadores cada vez han sido más contadas, periodistas y aficionados siempre han estado pendientes de las ruedas de prensa del entrenador oriotarra, la de antes y la de después de los partidos. Esta temporada han sido la friolera de 104 hasta la fecha. Y llegarán a las 114 comparecencias ante la prensa.
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Imanol se ha entregado como nadie a su trabajo como entrenador en estos seis años, al punto de descuidar otros aspectos de su vida, como el familiar. Se dice que llegaba de los primeros a Zubieta, en torno a las ocho de la mañana, y se iba de los últimos, 12 horas más tarde, sin salir de las instalaciones para nada. Allí curraba, hacía deporte, comía...desarrolló su vida. Esta frase la dijo después de una de sus dos renovaciones con la Real. La tercera no llegó.
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Imanol siempre quiso contagiar a sus jugadores ese carácter aguerrido y corajudo que derrochaba sobre el terreno de juego cuando era futbolista. Admitió siempre errores técnicos, pero nunca de actitud. Era su forma de ver el fútbol y pidió intensidad desde a David Silva hasta a Dani Díaz, el último en debutar. Esta declaración en la víspera de un derbi chocó mucho y se hizo viral, pero glosa a la perfección su manera de enfocar este deporte y de entender la Real.
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Imanol es de la Real de nómina y de corazón. Le une a la entidad txuri-urdin mucho más que un contrato: un vínculo emocional que lleva consigo desde que comenzó a dar patadas a un balón. Ponerse la camiseta del escudo del balón coronado fue un sueño cumplido; ser el entrenador de la primera plantilla, también. Estuvo sembrado cuando en el Camp Nou le preguntaron por el interés del Barça en Zubimendi.
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Imanol es de esos entrenadores que estudia con detenimiento al rival y valora e incluso admira el trabajo de sus homólogos en el banquillo. En la previa de un encuentro contra el Villarreal, y entre risas, alabó de esta peculiar manera al que fue compañero de vestuario en el primer equipo realista, Unai Emery, ahora técnico del Aston Villa.
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Imanol consiguió lo que ninguno de sus precursores en el cargo de entrenador: convertir a la Real en un clásico de los torneos europeos. Eso le llevó a jugar antes grandes e históricos equipos del continente. Uno de ellos fue el Nápoles, en una época en la que todavía se lloraba la pérdida reciente de Diego Maradona, ídolo en Argentina y en la ciudad partenopea. Esta frase removió un tanto los cimientos del Estadio San Paolo, que luego adquirió el nombre del llamado «genio del fútbol mundial». Imanol tuvo que matizar esa declaración unas fechas más tarde.
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La Real se apresta a otro final de campeonato de cierta tensión si consigue ganar el próximo derbi ante el Athletic. Es un estado de nervios y necesidad ya conocido en temporadas anteriores, en las que dirimió sus opciones europeas en las últimas jornadas, casi en las últimas jugadas de los últimos partidos. En esa tesitura, no entendía ciertos comportamientos que incluso veía en su propia casa.
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Imanol siempre echó mano de metáforas, muchas de ellas deportivas, para expresar lo que quería decir antes de los partidos. Las más utilizadas fueron marineras, relacionadas con las olas que había que coger para mantenerse en la parte alta de la clasificación o el timón, que él nunca quiso soltar, de un barco realista que siempre llevó a buen puerto.
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Este último enunciado lo ha lanzado como una retahíla durante toda la temporada en sus ruedas de prensa. Él será quien diga cuándo tomó la decisión definitiva de no seguir, pero lo que transmitía públicamente era su deseo no sólo de continuar, sino de ser el técnico con más partidos en el banquillo de la Real, privilegio que va a seguir correspondiendo al mítico Benito Díaz.
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Imanol siempre obligó a sus jugadores a realizar el trabajo que él pedía y a mantener una condición física óptima para afrontar el nivel de entrenamientos y de intensidad que él demandaba. A algunos les costó más que a otros, sobre todo a aquellos futbolistas más virtuosos del esférico no acostumbrados a sacrificarse sin balón para el colectivo. Era el caso de Januzaj, que es significativo, porque con él llegó Olabe a un acuerdo de renovación para tres temporadas, que el 'mago de Molenbeek' no firmó porque el entrenador de Orio le dijo que iba a tener pocos minutos con él.
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Imanol Alguacil pasó de ser un entrenador desconocido para el gran público a uno de los personajes más significados e imitables de los banquillos. Su reacción al ganar la Copa, cantando bufanda en mano como un forofo más, le hizo un nombre entre el gran público. Por eso comenzó a ser imitado por genios en ese arte como Raúl Pérez.
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