El 40º congreso del PSOE será recordado en la memoria sentimental del partido, acostumbrado a despedazarse y reconciliarse con el afán de supervivencia de las ... mejores familias, como aquel que reunificó a expresidentes, cargos y militancia en torno al liderazgo hoy incontestable ya de Pedro Sánchez. Los socialistas han consumado el duelo y aventado las cenizas del lustro transcurrido desde el traumático comité federal del 1 de octubre de 2016 que pretendió, en vano, defenestrar a Sánchez. En estos cinco años, el advenedizo del que Susana Díaz malició, en un error fatal para ella y los suyos, aquello de «no sirve, pero nos sirve» ha demostrado ser capaz de proponerse y conquistar casi todo. Uno de los 'casi' que le faltaban era dotarse de plena legitimidad interna; atraerse a esa 'vieja guardia' desplazada que se movía entre el desprecio al recién llegado y el temor a la montaña rusa de su estrategia política. Sánchez ha logrado granjearse ese respeto –genuino o forzado por la necesidad histórica– en el cónclave valenciano, consentido por Felipe González y bendecido por José Luis Rodríguez Zapatero. Su sucesor dedicó ayer el hilo de su discurso de cierre del congreso a trenzar su ejecutoria con la de los dos expresidentes y con la socialdemocracia internacional y a rescatar, en homenaje póstumo, el referente de Alfredo Pérez Rubalcaba, culminando así el giro emprendido en julio con la remodelación de la Moncloa hacia un Gobierno menos estridente. Cuentan que socialistas curtidos y con ascendiente como Joaquín Almunia han estado trabajándoselo entre bambalinas para que el reencuentro, la foto de la unidad recobrada, terminara fructificando.
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El PSOE al completo se hace sanchista, podríamos resumir de lo visto en el ring mediterráneo en el que hace un par de semanas Pablo Casado apuntalaba su liderazgo en el PP frente 'ayusismo'. Pero al igual que ocurre con los populares, la entronización de Sánchez también permite una lectura complementaria. El presidente, que ha evidenciado su manejo de la táctica –o tener reflejos sin demasiados miramientos, que es algo más pedestre–, parece haber descubierto en este trance en el que la derecha acecha la precaria mayoría del PSOE que el poder de la Moncloa ha de apoyarse en el andamiaje de Ferraz. Que el partido padece cuando no gobierna constituye una evidencia histórica. Pero que no hay gobierno viable sin un partido sólido es la otra cara de esa misma moneda. Casado ya lo ha experimentado antes, en una semana en la que el bipartidismo ha vuelto por sus fueros –y huevos– con el acuerdo exprés para renovar las instituciones constitucionales del Estado salvo el Consejo General del Poder Judicial. Si el jefe de filas del PP sobrevivió al embate del Ciudadanos de Albert Rivera fue porque la rocosa organización partidaria del PP aguantó por él. Ahora, orillados el izquierdismo menos ortodoxo y los coqueteos con la plurinacionalidad, Sánchez resucita al que fue en origen –un socialdemócrata español cartesiano– y se envuelve en la bandera reconocible del puño y la rosa para enfilar la legislatura. Toca esperar y ver en qué se traduce el cambio y cuánto dura. Pero Sánchez ha girado y el PSOE le acompaña. O al revés.
En otra noche de esas de pasillos, teléfonos y cafés, el PSE ha retenido su peso en el partido abrillantándolo con las dos áreas de responsabilidad distintiva asignadas a Idoia Mendia y Patxi López. La atribución al exlehendakari de una 'cartera' sobre memoria invita a interpretar que Sánchez está dispuesto a restañar la distancia, la frialdad, que ha mostrado hasta ahora hacia lo que representó el zarpazo del terrorismo. Pero se trata de un compromiso a prueba, porque no mencionó ayer expresamente el sacrificio de los socialistas vascos en su lista de agradecimientos por el final de ETA. Y el olvido dolió en la delegación del PSE.
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