El independentismo que concurre a las autonómicas de este domingo sigue clamando por el derecho a que Cataluña decida sobre su relación con España, bien ... a través de un referéndum que haga aceptable el ilegal del 1-O de 2017 bien de nuevo por las bravas, aunque la unilateralidad luce hoy brumosa en el país de la obligada -y fallida- cogobernanza pandémica. Aunque en lo que respecta a decidir en las urnas, los catalanes lo han hecho más que nadie en la última década. Desde que Artur Mas consiguió en 2010, a la tercera, convertirse en president de la Generalitat, ni él ni sus sucesores han logrado culminar una legislatura entera. Sus conciudadanos están llamados a votar el 14-F por quinta vez en unas autonómicas en estos 11 años. En conjunto, lo han hecho en 14 ocasiones entre catalanas, municipales, europeas y generales y otras dos en sendos plebiscitos rupturistas sin el amparo de la ley. En este 'non-stop' electoral, el otrora oasis catalán ha quedado irreconocible. Y sin que el continuado ejercicio del voto haya servido por sí mismo para sacar del laberinto a una sociedad tozudamente plural, polarizada entre el sí y el no a la independencia y con los puentes dinamitados entre ambas orillas, selváticas a su vez dadas las luchas pedestres por el poder y la elevada fragmentación partidaria.
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Todos se juegan sus expectativas en un puñado de escaños. También el 'efecto Illa' para no quedarse en 'defecto Illa'
El recurso a las urnas ha sido sistemático para tratar de que el electorado cubriera las lagunas políticas y una inestabilidad enquistada. Lo que en el caso del separatismo se ha traducido en el intento reiterado, por una parte, de rebasar el 50% de los votos a favor de la ruptura con España y, por otra, de decantar su propia división en la gestión del Govern autonómico. Parecía que nada podía superar el carácter extraordinario de las últimas autonómicas, las forzadas por Mariano Rajoy en diciembre de 2017 al calor del 155 y con el autogobierno intervenido. Pero la pandemia, que ya ha llevado a judicializar la fecha de la convocatoria electoral a modo de primer asalto entre el independentismo y la candidatura Sánchez-Illa, amenaza ahora con deslegitimar el 14-F a nada que la constitución de las mesas se enrede por las ausencias y la abstención se dispare. La mera mención del Govern a que puede que no haya recuento oficial la noche electoral extiende tal nubarrón de excepcionalidad que condiciona la propia contienda partidaria. Contienda en la que todos, por arriba y por abajo en las encuestas, se juegan sus expectativas en un puñado de escaños.
Mientras Otegi exhibe músculo en Girona, el PNV ha optadopor un perfil bajo en esta campaña
El rutilante cabeza de lista del PSC se juega que el 'efecto Illa' no acabe en 'defecto Illa', señalado por todos los independentistas como el enemigo a batir que antes no tenían y como el responsable, por su oposición, de que el 14-F no se haya pospuesto por el virus. JxCat y ERC, a los mandos desunidos del autogobierno, están interpelados a garantizar el correcto desarrollo de la jornada; ello mientras Oriol Junqueras trata de espantar el recuerdo de que los dos duelos personales previos mantenidos con el expresident Puigdemont -las últimas autonómicas y las europeas- los perdió contra el pronóstico de los sondeos. Ayer, ERC tiró de Arnaldo Otegi en una escenificación conjunta de cómo intentar ser posibilista en Madrid y radical en Cataluña y Euskadi. El músculo que quiso exhibir Otegi en Girona, arriesgándose a las críticas por viajar aunque fuera por trabajo, suscita el inevitable contraste con el perfil bajo del PNV ante este 14-F. Por primera vez, los jeltzales avalan a un partido, el PDeCAT, que pelea no por el poder, sino por no quedar fuera del Parlament.
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