La patria del dolor
Los primeros capítulos de la serie dirigida por Aitor Gabilondo reflejan con enorme fuerza narrativa el código del silencio que durante tanto tiempo ha carcomido la convivencia en Euskadi
Todo depende del dolor con que se mire. No sé si Aitor Gabilondo -creador de la serie de televisión 'Patria'- ha leído mucho la poesía ... de Mario Benedetti, autor de esta frase. Pero los primeros capítulos de su trabajo condensan con lucidez y con fuerza ese dolor profundo e íntimo que nos toca a los vascos cuando miramos nuestro pasado más reciente. Un mazazo en la memoria que nos recuerda cómo hemos vivido hasta hace bien poco. Y cómo hemos sobrevivido.
Admito, de entrada, que para valorar bien la serie hay que verla entera. Y que yo no lo he hecho y me he limitado a los dos primeros episodios. Pido excusas por ello. Pero no he podido resistir la tentación de escribir algunas ideas como aproximación a esta apuesta creativa. Cuando a uno se le remueve el interior con una serie tan real afloran sentimientos a borbotones. Es como si nos abriéramos en canal. He intentado abstraerme de prejuicios aunque es verdad que las vivencias de todos nosotros en las últimas décadas de violencia se convierten en una mochila inseparable. En su día leí la novela. Tengo que reconocer que me pareció bastante creíble, con alguna excepción en donde el guion se enreda y pierde fuerza y algún personaje cae en cierto estereotipo. Soy indulgente porque entiendo la necesidad de ciertas licencias de trazo grueso. El arranque de la serie me ha dejado fulminado en el sillón. Las cosas ocurrieron así en la tragedia vasca protagonizada, en buena parte, por ETA y todo el imaginario que le rodeó. Con víctimas y verdugos, claro que sí. Reconocer el dolor de unos y de otros no es un juego trivial de equidistancia. En 'Patria' se distingue muy bien quién es la víctima y quién es el victimario. No hay una difusa barrera y se recoge con lucidez el mosaico coral del sufrimiento.
El comienzo de la serie refleja con sobriedad interpretativa, muy pegada al terreno -lo que le da mucha energía narrativa-,todo un microclima tan espeso como verosímil, esa atmósfera vasca que nos atrapa en lo mas recóndito. El papel de los actores y actrices fluye con una enorme naturalidad, se diría que apenas tienen que interpretar. Quienes hemos conocido esta historia sabemos perfectamente cómo fue ese patrón del miedo y la intimidación, como se extendió viscosamente por los entresijos de nuestra sociedad y cómo infectó nuestras relaciones hasta extremos de los que muchas veces no hemos sido conscientes, como si fueran un elemento más del paisaje rutinario.
Sentimiento de culpa
Los hubo comprometidos, por supuesto, y valientes. A veces nos olvidamos de su testimonio, pero en los años más duros algunos rompieron el hielo y dieron la cara. Pero el sustrato de 'Patria' es ese humus de silencio que convivió con el terrorismo como un elemento casi atmosférico, un austero costumbrismo en el que cierto matonismo se disfrazaba de heroísmo patriótico, donde el chantaje mafioso y su socialización previa se pretendía envolver con lo que un buen amigo mío llama 'idealismo de mercadillo', o donde imperaba una insoportable contextualización que relativizaba día sí y al otro también la línea divisoria entre el bien y el mal hasta confundirnos y devaluar los valores.Toda una anomalía moral con una coreografía que convivía entre nosotros con una pasmosa cotidianeidad.
No se trata tanto de bucear en ese sentimiento de culpa que persigue a toda una generación por lo que pudo haber hecho y no hizo. Es un reproche que está a la vuelta de la esquina y que a veces nos atormenta por no haber estado a la altura o por haber mirado para otro lado. Se trata quizá más de reflexionar en voz alta sobre el silencio como incapacidad para gestionar un conflicto emocional que devora a las familias protagonistas de 'Patria' y destruye los vínculos entre sus miembros. Una incomunicación que suele laminar las relaciones personales, pero también las sociales. Las parejas se empiezan a romper así. Y en las sociedades, los silencios carcomen los hilos de la convivencia. Las grandes cosas suelen caerse sin apenas hacer ruido, ha dicho gráficamente uno de los actores tras la película. La serie, intuyo al menos, así lo refleja. La belleza del paisaje frente a los escombros de un edificio en ruinas como contraste espectacular. Nuestra butaca de casa se convierte en el diván de nuestras pesadillas y nuestras frustraciones.
La sociedad vasca, afortunadamente, está cambiando y las nuevas generaciones puede que sean el mejor testimonio de que nos estamos liberando de algunos de los malditos fantasmas de nuestra historia reciente. La lluvia sigue persistente pero esas miradas de odio, a veces en comentarios cáusticos o aparentemente banales, se han suavizado, se han dulcificado, han perdido el brillo metálico y afilado de la intolerancia aunque conserven un punto de desprecio o condescedencia en bastantes ocasiones. Veo los carteles anunciadores de 'Patria' en la ciudad en la que se mataba como si fueran tamarindos del mobiliario urbano, perfectamente integrados, y me tengo que pellizcar para darme cuenta del paso de los años.
Muchas de las heridas claro que siguen abiertas, pero el tiempo no pasa en balde y una gran parte de la ciudadanía quiere pasar página, ha pasado página o quiere olvidar. Otros, es verdad, miran obsesivamente por el retrovisor y se han convertido en dolorosos testigos de la verdad más incómoda, con un riesgo de deslizarse hacia el territorio del resentimiento. 'Patria' es un aldabonazo que nos interpela sobre la necesidad de conservar la dignidad humana a la hora de reconstruir los puentes de la vida en común y nos interpela, sobre todo, para procesar el duelo pendiente, para no eludir esa asignatura, para vivirla y revivirla con entereza, aunque lloremos por dentro amargamente por aquellos a los que se les arrebató la vida injustamente. 'No muy lejos y no hace mucho' era el lema de la exposición sobre el campo de concentración de Auschwitz organizada por unos guipuzcoanos. En la patria del dolor, el talento, en la empresa o en el cine, se ha convertido en la mejor herramienta para escarbar en la conciencia y elaborar el relato. 'Patria' nos ayuda a esa titánica tarea y nos recuerda que, en mayor o menor medida, todos aportamos sentimientos rotos en esta historia y todos cosemos trozos en esa compleja tela en construcción. Lágrimas que escuecen, pero que han sido nuestro antídoto y nuestra mejor vacuna contra esa pandemia de la pasividad que hemos sufrido durante décadas y que ha dejado tantas secuelas.
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