ETA en los pasillos del Parlamento
Humor muy negro para los días tenebrosos. Hace casi dos décadas, cuando el terrorista 'Josu Ternera' paso a ser su señoría Josu Urrutikoetxea Bengoetxea, los ... periodistas preguntaban a los parlamentarios que cómo era aquello; 'aquello' de encontrarse en el baño con quien acumulaba años de cárcel y un halo, temible y terrible, al frente
de ETA. Las imágenes del horror en la casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, el atentado que él ordenó en diciembre de 1987 y que acabó con los asesinatos de once víctimas -seis de ellas niños-, seguían doliendo como una herida abierta en la memoria colectiva. Aquella masacre estuvo precedida de la matanza de Hipercor, y ambas resultaron ya tan insufribles como para que desembocaran en la firma del Pacto de Ajuria Enea.
Impresionaba, y mucho, cruzarse con aquel parlamentario alto y espigado, inmutable, pétreo, con un perfil que parecía cincelado y al que no se le recuerda una palabra en el hemiciclo. Era como contemplar a ETA, en sí misma, paseándose con naturalidad por los pasillos del lugar sagrado donde reside la voluntad popular, se reivindica el valor de
palabra y se cauteriza la violencia. Josu Urrutikoetxea-'Josu Ternera' acomodaba aquella doble identidad imposible en su escaño de la Cámara vasca, sentado en grupos de trabajo dispares como los de Economía, Ordenación del Territorio, Agricultura o Reglamento parlamentario. Era inevitable imaginarse a aquel diputado maquinando lo más sobrecogedor en la clandestinidad de las ejecutivas etarras. La antigua Euskal Herritarrok redobló su desafío sumándole a la comisión de Derechos Humanos que presidía Iñigo Urkullu. Eran los tiempos del Acuerdo de Lizarra, y por la paz -¿qué paz?- un Ave María que no podían rezar ni las víctimas ni los amenazados.
Urrutikoetxea terminó huyendo. Volvió a ser 'Josu Ternera', su ecosistema era otro. Se ha escrito tanto y con tanta literatura sobre los 'generales' de ETA que esas biografías, que flirteaban peligrosamente con la épica peor entendida, contribuyeron a banalizar el mal. La 'leyenda Ternera', el ultimo gudari, el asesino con causas pendientes aún con la justicia, ha sido detenido cuando ya apenas nadie, salvo los mitómanos del 'conflicto', se acordaba de él en esta Euskadi libre y apaciguada de
primavera. Una Euskadi que ya está amortizando su arresto, como tantos otros hitos previos en su dramática historia del último medio siglo. Pero la carga simbólica es incuestionable. Porque el retorno a prisión de 'Josu Ternera' echa el cerrojo al fin definitivo de ETA, el epitafio inesperado y sobrevenido de su derrota.
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