Joxe Mari Korta, a la izquierda, con sus amigos Luis Mari Agirre y Jexuxmari Mujika, en uno de sus paseos en bici.

25 años del asesinato de Joxe Mari Korta

«Korta fue un ejemplo de dignidad personal frente a la pura mafia de ETA»

El catedrático Juan José Álvarez hace un retrato personal y profesional del empresario asesinado hace 25 años por la banda terrorista

Elisa López

San Sebastián

Domingo, 3 de agosto 2025, 06:57

Conmemorar y traer a la memoria el asesinato de Joxe Mari Korta a manos de ETA hace 25 años supone para Juan José Álvarez revivir ... sentimientos que, confiesa, van unidos al recuerdo de su persona, su dedicación, su bonhomía, su ejemplaridad, su sencillez no impostada, su liderazgo natural, su compromiso vital y social con la empresa, con los trabajadores, con el euskera, con la cultura, su generosidad vital… y, sobre todo «su dignidad, al negarse a aceptar el chantaje criminal de ETA que le costó la vida. Nunca quiso llevar escolta».

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El catedrático de Derecho Internacional y colaborador de este periódico conoció a Joxe Mari Korta por la cercanía de sus lugares de nacimiento –él es de Zumaia y Korta era de Arroa Behea, Zestoa), y la labor que en este sentido desempeñó el empresario en tantas iniciativas locales (educativas, como la ikastola, deportivas, culturales....). Más tarde, en los años 90, cuando Álvarez compaginó la docencia con la labor de abogado en Xey –la empresa de muebles de cocina situada entonces en Oikina–, mantuvieron una relación más profesional. Recuerda «con cariño» la primera visita que hizo al antiguo 'taller', antes de que la empresa se trasladara al polígono Gorostiaga, y cómo Korta hablaba de la maquinaria que tenían... «transmitía pasión por su trabajo y trataba con respeto a todo el mundo». En la época de Adegi, cuando representaba a todos a los empresarios, «me contaba cómo lograba pasar del decir al hacer, él practicaba en su empresa lo que proponía para el resto: acordar, negociar... y a un halago que se le hacía respondía con el silencio agradecido. Era humilde hasta en recibir las felicitaciones».

Álvarez destaca que Joxe Mari, asesinado por ETA el día 8 de agosto del año 2000, representó un modelo de empresario «que huía del conflicto; siempre proponía negociar». Relata que frente al modelo de Korta, otros muchos creían que «en la trinchera de la confrontación se vivía mejor y más cómodo que en la cooperación». Habla de su amigo con orgullo por quién y cómo fue. Y pone en valor que siempre lograba «generar un clima» que favorecía asumir de forma compartida los malos y buenos momentos por parte de todos, y que por ello logró la implicación responsable de los trabajadores en el futuro de la empresa.

Irracionalidad terrorista

«'Algo habrá hecho', ¿cuántas veces escuchamos o leímos esa deleznable expresión tras un atentado en la dura época de plomo que nos tocó vivir?», se cuestiona Álvarez. Esa «estéril» búsqueda de una explicación ante cada atentado o asesinato de ETA se traducía «cruelmente» en que llevar un uniforme, ocupar un cargo institucional, pensar u opinar diferente, y atreverse a denunciar la irracionalidad terrorista o regentar una empresa era ya la «causa 'explicativa' de haber sido objetivo de ETA». «¿Qué había hecho Joxe Mari para ser objetivo de los terroristas? Trabajar desde su 'taller', desde su empresa familiar para crear riqueza social», se lamenta.

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El catedrático, que actualmente trabaja en la Fundación eAtlantic como investigador principal, hace una radiografía humana de Joxe Mari Korta en la que no caben más elogios: «Era un hombre emprendedor, trabajador, disciplinado, incansable, exigente, constante, ejemplo de honradez, amante del trabajo bien hecho, serio, responsable. Inasequible al desaliento, optimista, vitalista; amigo de sus amigos, siempre abierto a la colaboración y a tender puentes. Era un gran deportista, apasionado del ciclismo y la pelota».

«¿Qué había hecho Joxe Mari para ser objetivo de los terroristas? Trabajar desde su empresa familiar para crear riqueza social»

Al hablar de Joxe Mari, Álvarez también recuerda que en aquellos años de terror, por el hecho de tener una empresa (igual daba que fuera un pequeño taller, una tienda o un despacho, «todo sumaba para esa cínicamente denominada contribución al pueblo») muchos de sus dueños se debatían entre el temor y la angustia de si seguir aquí, o irse, huir para sobrevivir, para dejar de sufrir ese terrible acoso diario. Sin embargo, Korta no huyó. Y lo pagó con su vida. «¿Cómo iba a huir, cómo iba siquiera a plantearse dejar su pueblo, su familia, su empresa, su vida, en definitiva?».

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La banda terrorista acechaba la vida de este zestoarra, su persona y sus bienes imponiendo un brutal chantaje en nombre de un pueblo al que afirmaban representar «y del que, nos decían, provenía su legitimidad». Pero Joxe Mari pagó con su vida el gesto de dignidad y de resistencia ante ETA: «No podemos ni debemos olvidar nunca esa triste y dura realidad que vivimos y sufrimos».

Estigmatización

El asesinato de Korta con un coche bomba –una práctica 'habitual' de la banda terrorista– lleva a Álvarez a reflexionar acerca de lo que supuso la extorsión, el chantaje, la estigmatización, la amenaza y el horror que ETA proyectó sobre tantos vascos. «La base ética de mínimos pasa por reconocer, sin ambages, que amenazar, chantajear, amedrentar y por supuesto atentar contra la vida de cualquier persona es, ha sido y será, sencillamente, inadmisible», subraya con dolor. Por eso dice que ahora suena «obscena» la apelación, por parte de quienes secundaban y apoyaban «esa barbarie, a la épica revolucionaria, a la construcción nacional, al logro de la discontinuidad histórica de la independencia mediante el eufemismo conceptual de 'lucha armada'». Pero todo esto, explica, se desmorona cuando se analiza la permanente e insoportable extorsión que vivieron muchos vascos: esa presión no fue más «que pura mafia revestida de un relato intitulado como impuesto revolucionario, un término revelador del oxímoron que supuso esa macabra contradicción in terminis concebida para dar rienda suelta al supuesto 'glamour' revolucionario de su bárbara e inadmisible violencia». Por eso dice de manera rotunda que «Korta es un ejemplo de dignidad personal ante la mafia de ETA».

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«A un halago que se le hacía respondía con el silencio agradecido. Era humilde hasta en recibir las felicitaciones»

Otro de los aspectos que le vienen a la cabeza al rememorar la figura de Korta en este aniversario es «el civismo fiscal», y asegura que el cumplimiento de sus obligaciones fiscales («otra muestra más de la integridad de Joxe Mari Korta») fue y es lo contrario a lo que representó ETA, es decir, «es muestra de decencia, de solidaridad social». Y soportar de forma tan injusta «el concepto de impuesto con el brutal chantaje, cuyo destino era nutrir de fondos a la maquinaria de terror; aguantar las miradas de odio por protestar en silencio cívico en nuestras calles ante un atentado de un ciudadano, como Joxe Mari Korta, puesto en el centro de la diana solo por gestionar su empresa. Todo fue muy duro, algo insoportable para vivir y convivir en sociedad».

Estado en el que quedó el vehículo tras el atentado.

Un coche bomba con 15 kilos de explosivos mató al empresario

La tarde anterior a su asesinato, Joxe Mari Korta disfrutó de una preciosa puesta de sol en la playa de Itzurun. No sabía que ésa sería la última tarde de su vida. A las horas, ya el 8 de agosto de 2000, amaneció un día soleado típico de verano. Había poca gente en el polígono Gorostiaga de Zumaia. El empresario estaba ya trabajando. A las doce y veinte del mediodía, una tremenda explosión sacudió el lugar. ETA había colocado 15 kilos de explosivos en el coche que al estallar mató a Joxe Mari Korta. El arraigo social del asesinado –vinculado al ciclismo, a las ikastolas y partidario de las políticas de diálogo– realzó el impacto del crimen. Korta tenía 52 años, estaba casado con Marian Zearreta y era padre de tres hijos, Andoitz –actual viceconsejero de Promoción Industrial–, Ibai y Lander. Los tres escucharon aterrorizados desde la oficina de la empresa aquel sonoro estruendo.

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