La política parece ejercerse por momentos con el mismo descaro que muestra Víctor de Aldama para recuperar la libertad a cambio de poner en la ... picota a los políticos que se jacta de haber corrompido. Las declaraciones ante el juez del empresario Víctor de Aldama no serán la última peripecia susceptible de caldear la bronca. Aunque los errores propios seguirán animándola más que las jugadas ajenas. La guerra híbrida en la que vale todo lo que sirva para que el adversario se desgaste –corruptelas, desidias, excesos, descuidos, y hasta lo inimaginable– amplía cada día su repertorio. Ahondando y ensanchando deliberadamente el foso de separación entre las izquierdas y las derechas.
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El empeño en vetar a la vicepresidenta Teresa Ribera para que no lo fuese de la Comisión Europea ha constituido la anteúltima escaramuza de la confrontación entre el primer partido en España, el PP, y el segundo, el PSOE. El jueves asomó la prop uesta de Alberto Núñez Feijóo, a raíz de las declaraciones de Víctor de Aldama, para someter a Pedro Sánchez a una moción de censura. Un día antes Génova trataba de achicar, sin ninguna convicción, los efectos políticos de la DANA. Sosteniendo a Carlos Mazón en el alambre de destituciones tardías y nombramientos providenciales, mientras un presidente autonómico carente de respuestas trata de salir a flote frente a una vicepresidenta ya europea que no quiere saber nada.
PSOE y PP actúan necesitados de demostrar que no se tienen miedo, y que mucho menos les inquieta el abstencionismo antipolítico. Vendrían a decir que la política sólo puede ejercerse con descaro. Con el mismo descaro mostrado por Víctor de Aldama para recuperar la libertad a cambio de poner en la picota a los políticos que se jacta de haber corrompido. En el peor de los casos, Pedro Sánchez será reelegido por aclamación en el congreso socialista de Sevilla la semana entrante. Y encontrará media docena de fusibles para fundir, en el partido y en el gobierno, sin mentar siquiera a Aldama.
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