No era el día de Isabel Díaz Ayuso, sino el de Pablo Casado, presidente saliente del PP. Pero saltó la sorpresa. La ofuscación de la ... presidenta madrileña para reclamar expulsiones contra quienes han ido en su contra -véase Casado, García Egea, Carromero y cía- por el caso de las mascarillas de su hermano ha vuelto a encender la mecha del rencor y de las cuentas pendientes en un partido que aún supura de sus numerosas heridas tras padecer una devastadora catarsis. Resulta incomprensible que Díaz Ayuso, ante un Casado visiblemente afectado por su traumática salida que reivindicó ante la junta directiva su honor y lealtad al partido, enfangara la reunión que servía de prólogo para la proclamación de Feijóo como candidato de unidad.
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El todavía presidente de la Xunta, y todos los barones que le han aupado a lo más alto del partido, deberá tomar buena nota de la descalabrada maniobra que provocó Díaz Ayuso exigiendo represalias para quienes osaron en pedirle explicaciones sobre los difusos contratos de su hermano que, no hay que olvidar, están siendo investigados por la Fiscalía. Feijóo tiene mucho trabajo por delante en el partido y uno de los objetivos más inmediatos será poner orden dentro de su baronía y evitar, como ayer lo hizo Díaz Ayuso, que cada dirigente haga la guerra por su cuenta sin tener sus consecuencias.
Cuando el PP debía haber iniciado un camino de reconstrucción para afrontar un futuro esperanzador bajo el liderazgo moderado de Feijóo, unas inoportunas palabras de Díaz Ayuso tensan un proceso que arranca con el arrinconamiento de Casado, que para diseñar su marcha con honores, se comprometió ante sus compañeros que no se iba a presentar a la reelección en el próximo congreso extraordinario. Una cláusula innecesaria que airea las debilidades del partido porque el Casado de ayer no estaba para casi nada.
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