La política vasca no deja de sorprender por las respuestas y actitudes de algunos de sus actores principales. Que Arnaldo Otegi, líder de EH Bildu, ... pusiera ayer especial énfasis en la apertura del curso político en el preocupante cambio climático y en la temperatura de Groenlandia resultó cuanto menos chirriante, sobre todo después de los 57 detenidos que se han registrado en San Sebastián durante las dos últimas semanas de incidentes callejeros y saqueos en los comercios de la capital donostiarra. El máximo dirigente de la coalición soberanista, en un ejercicio de escapismo, mostró su inquietud sobre la sostenibilidad del planeta y su modelo de producción, pero pasó de puntillas sobre las ascuas con las que su formación se abrasa cuando evita condenar este tipo de altercados ni respalda la labor de la Ertzaintza y la Udaltzaingoa. Eludir la búsqueda de culpables de los 'alucinajes callejeros', entre los numerosos actos violentos registrados en los últimos días, y cargar contra el «modelo de ocio implantado por el neoliberalismo», puede ser una ocurrente teoría sociológica, pero difícilmente encaja con la búsqueda de soluciones que la ciudadanía exige ante semejante alteración de la convivencia. Una formación que aspira legítimamente a ser alternativa de gobierno en Euskadi debe tener bien armado un discurso ético inequívoco contra la violencia para que nadie pueda tener dudas de que transgredir las normas sanitarias con inusitada violencia es del todo punto condenable.
Resulta también sorprendente cómo la izquierda abertzale vuelve a enredarse en defender los 'ongi etorris', hirientes para las víctimas de ETA, cuando hace dos años dirigentes del soberanismo admitían en privado la inconveniencia de celebrar estos actos en público. No es una cuestión de trincheras, sino de asumir una mínima base ética.
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