
El salvavidas más precario
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La 'gran coalición' es una respuesta necesaria pero ya insuficiente ante el cataclismo que supone la marea ultraVuestros hijos nos votan». Con este grito tan disruptivo, los manifestantes de la extrema derecha alemana respondían el pasado viernes en el centro de Berlín ... a los simpatizantes de la izquierda que protestaban por el peligro de una victoria ultra en las elecciones germanas. No se consumó la tragedia pero casi. El peligro sigue más explícito que nunca después de los resultados, que conceden el segundo puesto a la AfD, que ha arrasado en la antigua Alemania del Este y ha hundido a los partidos tradicionales, en especial a la socialdemocracia, que pasa a tercera posición. Funcionará, como era previsible, el 'cordón sanitario'. Los democristianos no pactarán con ellos, en caso contrario el proyecto de la UE saltaría estratégicamente por los aires. Son palabras mayores. Ursula von der Leyen podrá dormir algo más tranquila. Al menos por un rato.
Porque la pesadilla ultra no ha desaparecido. En absoluto. Los factores que la han hecho dispararse en los últimos tiempos siguen intactos. Democristianos y socialdemócratas llegan por los pelos a la mayoría absoluta en el nuevo Parlamento y podrán formar un gobierno de 'gran coalición' democrática para salvar los muebles. Pero, no nos olvidemos, son los partidos perdedores de esta contienda. Una parte relevante de sus electores se han dejado seducir por el populismo extremista, que ha sabido atraer el profundo descontento con el sistema en un contexto de hondo deterioro económico. La mezcla de ambos ingredientes es explosiva, en especial entre esa clase media que siente pánico ante el futuro. Las nuevas generaciones –de forma masiva en la antigua DDR– abandonan a las formaciones clásicas y se van con 'lo nuevo', lo que rompe con el establishment. Los más mayores prefieren la estabilidad de lo ya conocido frente al poder creciente de la 'nostalgia', un mecanismo que resulta tremendamente eficaz en la movilización emocional y que legitima a los discursos totalitarios. La memoria antifascista parece evaporarse con rapidez y se convierte casi en una referencia de los 'boomers'. Todo va a tal velocidad que cuesta metabolizar los cambios para desesperación de los que somos analógicos.
La 'gran coalición' alemana es ya un producto en declive sobre un marco de juego en el que funciona como mal menor ante el riesgo de quebrar la estabilidad. Es como el último salvavidas antes del naufragio. Un recurso necesario y obligado por las circunstancias extremas, pero seguramente insuficiente para abordar los problemas de raíz.
Ahora vendrá el debate recurrente sobre si el aislamiento político funciona de verdad para frenar su crecimiento o sirve, sobre todo, para que su 'demonización' sea el carburante más potente para extender el discurso del miedo y del odio.
Eso sí, el acuerdo entre democristianos y socialdemócratas ofrece una derivada española en este momento de enorme incertidumbre europea, con Trump y Putin haciendo la 'pinza' a Ucrania en una espectacular reconversión geopolítica. Centroderecha y centroizquierda están obligados a entenderse sobre esos valores europeos que comparten, al igual que el PNV. Este giro interpela al PP a romper sus lazos con Vox, pero también al PSOE a no excluir a la derecha democrática en las cuestiones de Estado. El teatro táctico de lucha por el poder tiene que tener sus límites. Pedro Sánchez se convierte en la práctica en el último baluarte socialdemócrata en una Unión Europea sin liderazgos fuertes que gira hacia posiciones conservadoras mayoritariamente. A corto plazo le permite envolverse en esa bandera 'progresista', pero España tampoco es una isla alejada de esas corrientes hacia la derecha. El presidente del Gobierno empieza a dominar la presión de los soberanistas catalanes. Pero la trinchera europea se ha transformado en un barrizal impracticable. Ya nada será como antes.
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