Un triunfo que nos fortalece
Toda sociedad necesita victorias que alimenten la conciencia colectiva, que nos recuerden qué es lo que nos une.Hace 32 años fue Zaragoza. Ahora Granada, y en femenino
markel olano
Martes, 14 de mayo 2019, 07:21
Añorga y Oiartzun se disputaron la final de Copa en 1987 en una inédita final guipuzcoana. Faltaban 10 años para que naciera Nahikari García, flamante ... goleadora de la Real, y 32 para que se repitiera la gesta del campeonato. Un abismo separa los dos títulos. Aquellas pioneras protagonizaron una era de oro del fútbol femenino guipuzcoano, cosechando cuatro ligas y cinco copas. Pero lo hicieron sin repercusión pública, habituadas a la indiferencia general, cuando no directamente a la incomprensión y el rechazo de muchos. Entrenando cómo, cuándo y dónde se podía, perdiendo dinero, y viajando en condiciones precarias. El campeonato conseguido en Granada el domingo, al contrario, acaparó las portadas de los diarios deportivos, fue emitido en prime time por la cadena con más audiencia del estado, ha llenado estadios y contó, por primera vez, con la asistencia de la reina que le da nombre.
Poner las cosas en perspectiva evidencia que, sí, hemos mejorado, pero también que lo hemos hecho mucho más despacio de lo deseable, y que queda mucho por hacer. El primer paso para erradicar las desigualdades es visibilizarlas, y el deporte es uno de los mejores espejos. La sección femenina de fútbol de la Real tiene solo 15 años, cuando el club tiene 110. El llamado deporte rey se ha declinado, hasta hace poco, en masculino. Qué decir de modalidades tan arraigadas en nuestro pueblo como la pelota, el remo o los herri kirolak, consideradas hasta prácticamente anteayer coto exclusivo de los hombres, supuesto reducto de esencias como el vigor y la fuerza. Afortunadamente, las cosas están cambiando en la dirección deseada, incluso en espacios como el frontón, la plaza o el campo de regateo.
Triunfos como el de Granada, con 3 millones de telespectadores, rompen de forma natural estereotipos y transforman creencias. Ponen en cuestión una forma de pensar, mucho más interiorizada de lo que cabría temer, según la cual hay entornos actividades, entidades, valores y capacidades adscribibles según el género. Lo resumía mejor que nadie en estas líneas Iñaki Izquierdo, al recordar que la Real «es la sociedad de Gipuzkoa, no la mitad de la sociedad». El año pasado, pusimos en marcha la campaña 50/50, con la que quisimos visibilizar la enorme brecha existente entre hombres y mujeres. Porque, pese a ser parte de esta sociedad, exactamente la mitad, los datos no mienten: si analizamos la participación en los espacios de decisión, en los niveles de dirección, los indicadores socio-económicos, las tareas domésticas, la conciliación o los cuidados, estamos lejos de ese 50/50. Y no nos lo no podemos permitir.
La victoria de la Real posee la doble virtud de recordarnos esa asignatura pendiente, y de hacerlo de forma positiva, con una sonrisa, ilusión y entusiasmo. Tan importante como el logro deportivo, de un calado innegable, son los valores que han llevado al mismo: trabajo en equipo, humildad, compañerismo y perseverancia. Fue una gesta estilo Gipuzkoa: de cantera, remontando, ante un rival superior en presupuesto y recursos, demostrando que la colaboración y el esfuerzo permiten metas impensables. La metáfora de un territorio pequeño pero orgulloso de sus señas de identidad. Toda sociedad necesita victorias que alimenten la conciencia colectiva, que nos recuerden qué es lo que nos une y lo que nos ha permitido avanzar. Hace 32 años fue Zaragoza. Ahora Granada, y en femenino. Tal vez no sea casualidad.
En lo deportivo, las txuri-urdin ofrecieron un espectáculo de primer nivel. Jugaron rápido y bien. Fue un partido serio, vibrante, de ida y vuelta, con velocidad, un enorme despliegue en las segundas jugadas, dureza en las disputas, pero siempre desde la nobleza, jugando limpio, y sin teatro. Algo que en muchos ocasiones se echa en falta en el fútbol masculino. Las declaraciones de la capitana del Atlético al final del encuentro, reconociendo el mérito de la Real, fueron un ejemplo de deportividad. Así como la lucha por la igualdad representa la oportunidad de construir un mundo mejor, la final estuvo a la altura en el sentido de transmitirnos que otro fútbol es posible. Un fútbol alejado de la mercantilización, que no deje de lado a las aficiones y que sea vehículo y escaparate de valores positivos, no de ostentación, arrogancia y galácticos.
La víspera de la final, tuvimos el privilegio de entregar la aginte makila a Sandra Ramajo, capitana de la Real, para expresar el apoyo y el empuje de toda Gipuzkoa. El domingo, en la celebración, les pedimos que la mantengan y la sigan llevando, que continúen representándonos y haciéndonos sentir orgullosos y orgullosas allí donde compitan. Pese a que han pasado décadas, recitamos casi de memoria aquel once campeón de los Arkonada, Satrustegi, Lopez Ufarte, Kortabarria y compañía. Sería una magnífica señal que dentro de 30 años hiciéramos los mismo con las Ramajo, Nahikari, Quiñones, Eizagirre y Pizarro.
El deporte femenino en Gipuzkoa vive un momento excelente, especialmente a nivel de equipos, también en otras disciplinas como el baloncesto, el hockey o el balonmano. Nos corresponde a todos y todas apoyarlo. Conseguir que la atención de la que nuestras deportistas se han hecho merecedoras a base de títulos, derribando puertas, sea una marea constante, y no una sucesión de olas dependientes de los resultados. Que jugar en Anoeta y en grandes estadios no sea una excepción. La Copa conseguida por la Real nos recuerda todo eso. Y también que, en un plano más amplio, debemos seguir dando pasos hacia la igualdad en todos los ámbitos -social, económico, lingüístico, y cómo no, de género-, porque es bueno para todos y todas, y nos fortalece como sociedad.
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