Resiliencia y anticipación
La capacidad de adaptarse a los cambios sobrevenidos es una cualidad necesaria, pero no es suficiente
Cuando la crisis se desencadenó en 2008 estábamos viviendo una explosión, al menos en apariencia, de cultura innovadora. La innovación formaba parte del discurso general, ... en un contexto, previo a la crisis, de 'vino y rosas'. Hablar de innovación era una verdadera exigencia y todo el mundo se apuntaba a la fiesta. Sin embargo, la llegada de la crisis nos puso ante el espejo de nuestra verdadera cultura innovadora y nos devolvió una imagen en la que la innovación se difuminaba en el discurso y se veía sustituida por palabras como crisis, ajustes, destrucción… En realidad, la crisis, verdadera generadora de innovación, pareció comerse a la propia innovación, en una suerte de dios Saturno que devoraba a sus hijos.
Con todo, aunque la palabra innovación pareció relegarse a un segundo plano, las organizaciones y las personas nos vimos inmersas en profundos cambios que fueron verdaderos ejercicios de innovación, propios de una innovación adaptativa. Es lo que tiene la innovación, que se produce quieras o no y que siempre te interpela para que elijas entre ser sujeto pasivo o activo de la misma. Así, la emergencia de una necesidad sobrevenida nos llevó a realizar intensos procesos de innovación adaptativa. En este contexto se pone de moda una nueva palabra, que empieza a formar parte del discurso general. Se trata de la palabra resiliencia, para expresar la capacidad de adaptación a los cambios sobrevenidos.
La palabra viene del inglés resilience, que, a su vez, viene del latín resilire, que significa «saltar hacia atrás, rebotar» y también «replegarse». El concepto se ha utilizado para expresar la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. También se refiere a la capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido. Implica un alto grado de resistencia, de fortaleza y de entereza para soportar el golpe de la adversidad y ser capaz de recuperarse. Qué duda cabe que el proceso de transformación derivado de estas circunstancias es un proceso de innovación.
Sin embargo no deja de ser una forma de cultura reactiva, que no por eso pierde valor. En realidad, ser capaz de afrontar la transformación sobrevenida y adaptarse se convierte en una cualidad necesaria en los tiempos actuales, en los que la incertidumbre y la complejidad dificultan enormemente las posibilidades de anticiparse a los cambios. Pero creo que no es suficiente.
Decía Winston Churchill que «el éxito consistía en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo». Aunque sea un claro elogio a la resiliencia, creo que en la fórmula del entusiasmo está implícita la noción de aprendizaje y de anticipación. Sin ello resulta realmente difícil imaginar el éxito. Así que la resiliencia resulta necesaria, pero no será suficiente. En realidad, una cultura de resiliencia permanente puede resultar atractiva en el corto plazo, pero puede acabar generando un escenario que alimente la trampa de la inercia activa a la que se refiere Donald Shull. O sea, para qué cambiar si nos ha ido bien así hasta ahora… Hasta que los cambios del entorno nos llevan por delante.
La cuestión de generar una cultura resiliente en la personas y organizaciones no es algo, pues, banal. De ahí que el concepto se haya incorporado, también, en el discurso de la competitividad, de manera especial para explicar diferencias en el desarrollo regional. Para Huggins y Thompson (2017) la resiliencia tiene tres propiedades en el contexto socioecológico de las economías regionales: el grado en el cual el cambio puede ser experimentado sin la perdida de estructura; el grado en el cual la economía puede reorganizarse; y el grado en el cual se puede crear y sostener una capacidad de aprender y adaptarse. Esta tercera propiedad sugiere otro concepto que me resulta, claramente, más motivador. Se trata del concepto de anticipación.
Toda estrategia anticipativa se basa en el aprendizaje permanente y en la mirada hacia nuevos escenarios de necesidad anticipada, generando procesos de innovación sostenibles en el tiempo, que contribuyan a la implantación de una cultura de innovación anticipativa; el verdadero reto que debemos enfrentar como personas y organizaciones. En una cultura de innovación anticipativa los procesos de aprendizaje permanente se convierten en el corazón de la estrategia, en un desafío constante por generar conocimiento que vaya acorralando al azar y nos permita ganar cotas de independencia frente a la incertidumbre. Si, como decía Jorge Wagensberg, «el progreso consiste en ganar independencia frente a la incertidumbre», parece razonable pensar que la resiliencia debe ir acompañada de la anticipación. Porque será la innovación anticipativa la que nos llevará más allá de la resiliencia y nos permitirá aspirar a ser verdaderos protagonistas de nuestro futuro.
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