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Prohibido bendecir uniones homosexuales

Viernes, 14 de mayo 2021, 07:18

La Iglesia no tiene «el poder para impartir la bendición a uniones de personas del mismo sexo» porque «no bendice ni puede bendecir el pecado». ... Es lo que sostuvo, a mediados del pasado mes de marzo, el cardenal español Luis F. Ladaria, presidente de la Congregación para la doctrina de la fe, en una Aclaración ('Responsum') cuya publicación contó con el «asentimiento» del Papa. Como es sabido, Francisco manifestó en el año 2018 a Juan Carlos Cruz –periodista, víctima del sacerdote chileno Fernando Karadima y nombrado, recientemente, miembro de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores– que no creía relevante que fuera gay: «Dios te hizo así y te quiere así y a mí no me importa. El Papa te quiere así, tú tienes que estar feliz con quien tú eres». Y también es conocido cómo sostuvo en la Exhortación Apostólica Postsinodal 'Amoris Laetitia', tras descalificar toda estigmatización a los homosexuales, que «se nos impide juzgar con dureza a quienes viven en condiciones de fragilidad» y no prestar la debida atención o despreciar las semillas de verdad y bondad que se trasparentan en toda relación.

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Las reacciones no se han hecho esperar: frente a las eufóricas de los partidarios de las «verdades innegociables» –en las que tan a gusto se encuentran los fans de los dos papas inmediatamente anteriores a Francisco–, han respondido muchas parroquias austriacas izando en el exterior de sus locales la bandera del arco iris en solidaridad con la comunidad LGBT+ y en protesta por lo que entienden que es una «posición obsoleta». El mismo cardenal arzobispo de Viena ha manifestado «no estar contento» con dicha Aclaración. El año 2015, con ocasión del segundo de los Sínodos en los que se abordó esta cuestión, ya había defendido la existencia de 'elementos positivos' en uniones fuera del matrimonio canónico. Por eso, vino a sostener, la Iglesia tenía que disponerse a favorecer el 'bien posible' que funda y se transparenta en toda relación humana (incluida la homosexual). Y, alentando tal 'bien posible', proyectarlo hacia el futuro. Creo que éste es uno de los puntos más importante de diferencia entre el pontificado de Francisco y los de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

En aquella ocasión, el cardenal de Viena contó cómo estudiando en París (Le Saulchoir) solía pasar bajo el Sena, camino del convento de Evry. Allí, en uno de los puentes, vivía una pareja de mendigos formada por una mujer que había sido prostituta y un varón cuyo pasado desconocía. No estaban casados y no frecuentaban la iglesia. Pero cada vez que pasaba por allí, confesó el cardenal Schönborn, y los veía tratarse con cariño y ternura, no podía evitar decirse: «¡Dios mío, caminan juntos en medio de una vida que les está siendo particularmente dura y difícil! ¡Y se ayudan el uno al otro!». «¡Qué grande y bello es que estos dos pobres se socorran entre tanta desolación!». Dios estaba presente allí. Y se transparentaba en esos gestos de cariño y de ternura. Y en el apoyo que se prestaban.

Esta referencia a la belleza y al amor que emergían en medio del claroscuro de la vida le llevaba a resaltar dos de los puntos que entendía más determinantes en el cambio de época que se había iniciado con el pontificado de Francisco: en primer lugar, el paso de una mirada excluyente –frecuentemente anclada en los libros y en las 'verdades innegociables'– a otra inclusiva y fundada en la figura del Buen Pastor; y en segundo lugar, la importancia de acoger, acompañar, discernir e integrar antes que condenar.

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No me extraña que unos cuantos cientos de sacerdotes en Alemania, así como también en Austria y Suiza, hayan bendecido el pasado lunes, desafiando la Aclaración vaticana, «las uniones de personas que se aman», más allá de que sean parejas lesbianas, gays, bisexuales o transexuales. Tampoco me extraña que se incremente el número de obispos contrarios a sancionar a quienes se sumen a esta campaña.

Y no me sorprende que, entre nosotros, en el País Vasco, el obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, haya propuesto crear «una cadena de oración y ayuno en favor de la unidad de la Iglesia en Alemania» y de su comunión con el magisterio eclesial. Supongo que preocupado no tanto por dicha unidad, cuanto por un posible cambio en el Catecismo que deje en el baúl de los recuerdos la tesis de que la orientación hacia personas del mismo sexo «es objetivamente desordenada». ¿No es más conforme con el Evangelio reconocer que la orientación hacia personas del mismo sexo «está ordenada de manera diferente»? Espero que sea posible leer esto, o algo parecido, en dicho Catecismo. Ya ha pasado con la pena de muerte y la llamada guerra justa. ¿Por qué no con las uniones homosexuales?

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