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Soledad no deseada: una respuesta social

Miguel Gutiérrez Fraile

Catedrático de Psiquiatría. Real Academia de Medicina del País Vasco

Domingo, 20 de julio 2025, 02:00

Durante más de cuarenta años he reflexionado sobre una experiencia que marcó profundamente mi forma de entender el sufrimiento psíquico y sus raíces sociales. En ... los años 80, en un hospital de día de Nueva York dirigido por el doctor Manuel Trujillo –entonces joven psiquiatra, hoy catedrático de la NYU y profesor honorario de la UPV/ EHU– viví una experiencia transformadora, que vuelve a mí al leer sobre las 'reinas de Zabalgana' en Vitoria-Gasteiz.

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Aquel hospital tenía un enfoque radical para la época: no se trataba de medicar o encerrar, sino de comprender el sufrimiento en su contexto. La mayoría de las usuarias eran mujeres puertorriqueñas emigradas que, mientras sus maridos trabajaban y sus hijos se integraban, quedaban en casa, solas, sin redes, sin idioma, sin sentido de pertenencia. La soledad, el aislamiento cultural y el desarraigo las descompensaban psicológicamente. No sufrían un trastorno mental: sufrían falta de comunidad.

En lugar de etiquetarlas con diagnósticos, el equipo –trabajadoras sociales, terapeutas y educadores– organizaba talleres de cocina, grupos de conversación, salidas culturales. No era una clínica tradicional, sino una red de cuidados donde podían expresarse y sentirse vistas. Muchas mejoraban sin fármacos, simplemente por recuperar su voz.

Décadas más tarde, en un entorno diferente pero con desafíos similares, leo con emoción sobre las 'reinas de Zabalgana': mujeres mayores, algunas inmigrantes, que se reúnen cada jueves en un centro cívico de Vitoria para hacer frente a la soledad. No hay psicólogos ni psiquiatras; hay trabajadoras sociales que promueven el encuentro y la creación de vínculos entre mujeres que viven solas o han perdido el contacto con sus familias. No buscan terapia: buscan comunidad.

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Ambas experiencias comparten una misma convicción: no todo malestar es patología. La soledad, el abandono, el desarraigo o la pobreza no son enfermedades mentales. Son condiciones sociales que requieren respuestas sociales. El error ha sido traducir estos problemas en diagnósticos clínicos y tratarlos como alteraciones internas, desconectadas del contexto. Y así, muchas veces, hemos profundizado el aislamiento. Frente a eso, la inclusión social no solo previene el sufrimiento, también lo cura.

En los últimos años, frente a las críticas a la medicalización del sufrimiento, se ha extendido la tendencia a psicologizar los problemas sociales: entenderlos como conflictos emocionales individuales, tratables en consulta. Aunque puede parecer una alternativa más benévola que la farmacología, este enfoque mantiene el malestar dentro del ámbito privado, despolitizándolo. Se sigue responsabilizando al individuo por sufrir, mientras se ocultan las causas estructurales. Así, en lugar de transformar el entorno, se multiplican terapias que alivian sin cuestionar. El riesgo es seguir medicalizando con otros medios, pero con el mismo resultado: invisibilizar el origen social del sufrimiento.

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Por supuesto, la psiquiatría y la psicología son necesarias. Pero no pueden –ni deben– ser el único abordaje del malestar cotidiano, sobre todo cuando nace de la exclusión o de vínculos rotos. 'Despsiquiatrizar' no es negar el dolor: es reconocerlo en su complejidad y abordarlo desde una mirada comunitaria e integradora.

Las 'reinas de Zabalgana' no necesitan terapia. Necesitan –y han encontrado– un lugar donde compartir, donde sentirse reconocidas, donde seguir construyendo sentido. Esa es la mejor medicina. Lo mismo demostró el hospital de día en Nueva York: que la inclusión no solo acompaña, sino que cura.

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Estas iniciativas no deben ser excepciones inspiradoras, sino políticas públicas estables. Necesitamos centros comunitarios, redes de barrio, espacios de participación y cuidado mutuo, especialmente para quienes suelen ser olvidados: mujeres mayores, personas solas, migrantes, cuidadoras sin relevo. No es tarea de los servicios sanitarios. Es responsabilidad de todos.

En un momento en que la salud mental ocupa el centro del debate, debemos atrevernos a mirar más allá del síntoma. Preguntarnos: ¿qué condiciones estamos generando para que tantas personas sufran en silencio? ¿Qué podemos hacer, colectivamente, para cambiarlo?

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Las respuestas, en parte, ya las tenemos. Están en los grupos que se acompañan, en los espacios donde nadie es un número, sino una persona con historia, con dignidad, con derecho a pertenecer.

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