Pude ver, gracias al advenimiento de su 50 aniversario, el 'Tiburón' de Steven Spielberg en una pantalla de cine seguramente muy similar a aquella en ... la que la vi por allá por los ochenta. Y de eso, de lo que me ha impactado verla después de tantos años en condiciones parecidas y de su capacidad para mantenerse prodigiosa, quería yo hablarles en esta columna que, me temo, no será de las más compartidas del día de hoy en las redes.
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Hay cosas que tienen mala prensa pero, al menos, tienen prensa. Pienso en los políticos, por supuesto los terroristas o los narcos. Incluyo las guerras, la exclusión social, la discriminación, los prebostes millonarios que parecen niños caprichosos con hiperactividad, sumo a los sembradores de odio y los recolectores de ese odio en números de followers que serán usados para vaya usted a saber qué fin económico, ideológico o de ambos sabores.
Seguro que puede usted seguir con la lista, basta con entrar un rato en un periódico o en una lista de temas recurrentes para sumar más de estos temas que, sean de donde sean las fuentes, son tratados con mala prensa. Pero estos días me da que pensar en uno de esos que, peor que un tratamiento negativo, sufren de un bloqueo informativo, de un intento de ser ocultado: El tiempo.
El tiempo, el hecho implacable de su paso, está tan mal tratado que trata de ocultarse. Nada que no sea presente importa y molesta, tal y como tenemos el mundo organizado, que se haga mención al hecho de que haya un pasado y, desde luego, a que de aquí vayamos a un futuro. Las noticias más impactantes dejan de serlo si en los 20 primeros minutos no han cosechado su clickbait, las canciones necesitan visualizaciones en las primeras 24 horas, los libros son retirados a la semana si no han demostrado su gancho. Sólo presente, nada de poso, ninguna paciencia.
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Pienso esto mientras rumio quién era yo cuando vi esas mandíbulas por primera vez y en quién es la persona que las acaba de volver a ver. En cómo en esa época recordaba con horror al tiburón embistiendo la jaula submarina y como me parecía que salía mucho más rato de lo que he podido comprobar que veo ahora. Pienso en esa escena extraída del Rio Bravo de Howard Hawks, aquella noche de tres camaradas en el barco, que seguramente fue tediosa para mí en su momento y en cuánto me emociona ahora.
Pienso en cómo las obras se van cargando de peso en nosotros. En cuando nos salta esa canción que nos ha acompañado toda la vida y, de repente, esos dos minutos son un viaje a la primera vez que la escuchaste, a cuando se la enseñaste a aquel amigo, a el día que sonó mientras besabas a aquella persona que ya no se pasea por tu vida. Pienso en lo poco lucrativo que resulta vender que igual hay obras que merece la pena mantener, a las que compensa dar su tiempo. Pienso en la sensación de perder el tiempo que sentimos si no estamos viendo la serie que hay que ver esta semana.
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Luego pienso en la serie que la semana que viene ya no importará, el reloj se habrá puesto de nuevo a cero y ya sólo estaremos aprovechando si vemos la que hay que ver esta semana para olvidarla la siguiente. Y entiendo que el valor del paso del tiempo no sale en las gráficas, no es medible y, por lo tanto, es mejor no hablar de él. Por eso, también por eso, este artículo, no tendrá éxito.
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