El oficio de vivir

Martín-Santos y 'Horizontes'

Vislumbraba en aquel marginal a un hombre de sensibilidad y genio, un 'diferenciado' entre un tiempo de silencio y otro de destrucción

Domingo, 17 de noviembre 2024, 01:00

En las décadas que siguieron al final de la Guerra Civil, por el paisaje donostiarra discurrían vagabundos de apariencia formal y aspecto aseado cuyas actitudes ... y palabras delataban una mella profunda; eran hombres rotos que oficiaban de visionarios. A uno de ellos se le conocía con el sobrenombre de 'El Horizontes'. En las noches estrelladas, después de que los bares hubieran echado la persiana, al 'Horizontes' se le podía ver acodado en la barandilla de La Concha a la altura de la Rotonda perorando ante una audiencia sobre todo juvenil y predispuesta al choteo a la que él ignoraba majestuosamente.

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Le llamaban 'El Horizontes' no solo porque hablaba mirando al confín del mar sino porque en sus discursos, por lo general abstrusos y un tanto diarreicos, introducía siempre esa palabra: «¡Del negro horizonte las verdades llegan teñidas de sangre de la noche...! ¿Quién? No sé. ¿Lo dijo? ¡Quizás!...».

Al escritor José María Bellido debemos noticia de lo que aquí se cuenta, recogida en una publicación por el doctor Pedro Gorrotxategi, biógrafo de Luis Martín-Santos cuyo centenario estos días evocamos. Tanto aquel como este participaban en la tertulia de la cafetería Mónaco de la avenida entonces 'de España', en la que dos o tres veces por semana se daba cita lo más inquieto de la inteligencia local: gentes como Antonio Nabal, juez de Tolosa, el historiador Luis Larrañaga, Santiago Aizarna, periodista culterano, Amable Arias, pintor, el psiquiatra Urcola o el político Enrique Múgica.

Pasada la medianoche, al cierre del establecimiento, prolongaban la conversación paseando por La Concha donde a veces coincidían con 'El Horizontes' en pleno soliloquio. Inmediatamente, como imantado, Martín-Santos apresuraba a colocarse a su lado donde, inmóvil, le escuchaba con atención. Algo había que le hechizaba. Y al concluir su disertación lo reconocía metiendo unas monedas en el bolsillo de su chaqueta.

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A partir de cierto día, los tertulianos noctívagos empezaron a echar en falta al quimérico orador. Y en esas sucedió que, una madrugada, llegando a la Rotonda, Martín-Santos tuvo una salida surreal: cual alma transmigrada de 'Horizontes', dirigiéndose al mar apoyado en la barandilla, exclamó: «Pero coño, ¿es que no queda por ahí ya ningún Dios que necesite profeta? ¡Porque aquí estoy yo...!».

Puede que Luis vislumbrara en aquel marginal a un ser 'diferenciado', como denominaba él a la gente de sensibilidad y genio. Un 'diferenciado' perdido entre un tiempo de silencio y un tiempo de destrucción.

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