Las diez noticias clave de la jornada

Una revolución personal

Jesús Camarero

Catedrático de la UPV/EHU y escritor

Sábado, 23 de diciembre 2023, 01:00

Para el climatólogo Hans J. Schellnhuber, la fase Omega define un periodo concreto por el que suele atravesar una empresa, una fase de decadencia terminal ... que sus responsables siempre tratan de combatir con medidas que paradójicamente aceleran su ruina definitiva. Pues bien, imaginemos que ahora nuestro mundo actual es como la empresa de Schellnhuber. Llevamos años sufriendo graves problemas: crisis económica, inestabilidad política, violencia terrorista, desigualdad creciente en todos los niveles, potencias emergentes amenazadoras, guerras regionales altamente desestabilizadoras, recursos naturales limitados, carencias energéticas, inseguridad urbana, alta contaminación del aire y del agua, y sobre todo un cambio climático que amenaza la supervivencia de todos los seres vivos de nuestro planeta. El diagnóstico a nivel mundial es el de una crisis con indicios de mal término, o sea, que nuestro mundo entero estaría realmente en fase Omega.

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Para intentar salvar nuestra gran empresa que es la humanidad, aunque fuera solo en parte, se podrían tomar una serie de medidas correctoras, adoptar unas cuantas resoluciones de calado y dar término a algunas iniciativas peligrosas o amenazadoras, como por ejemplo: acabar con la hiperproducción de objetos de consumo innecesarios, acordar una especie de paz universal, imponer un régimen de igualdad que asegure un mínimo de supervivencia a todas las personas, reducir el consumo de energía, avanzar en el desarrollo de fuentes de energía alternativas, promover acuerdos internacionales para evitar la confrontación bélica, y descontaminar y regenerar el hábitat.

Pero cabe preguntarse: ¿qué medidas se están tomando realmente para evitar el previsible desastre que amenaza a toda la humanidad? Ciertamente, en lugar de actuar, más bien parecería que el mundo entero, y sobre todo el mundo occidental, sigue haciendo su vida como siempre, porque no hemos notado que haya variado nuestro modo de vida o que se nos haya impuesto algún protocolo que pudiera cambiarla. Esta primera impresión podría producir una cierta tranquilidad en la mayoría de la gente, porque podría parecer que por el momento no está pasando nada. Pero la verdad es que está pasando algo. La cuestión es que somos inmovilistas por naturaleza cuando nos sentimos cómodos, pero eso no quiere decir que no estemos atravesando una fase preterminal de nuestro modo de vida.

Lo que ocurre es que podemos pero no queremos imaginar un escenario distinto del que tenemos, nos oponemos radicalmente a un cambio de costumbres, a un cambio en todo lo que nos pudiera afectar personalmente. Queremos que el futuro siga siendo como el presente, o que el presente no cambie nunca y siga así hasta el infinito, aunque bien sabemos que eso no es posible. Y ahí radica básicamente la clave del asunto, en el inmovilismo, alimentado por la sensación de confort y bienestar de los que todavía disfrutamos. Ahora bien, en cualquier momento se podría producir un cambio brusco, un giro radical de la situación, y entonces no habría remedio, porque no habría tiempo ni medios.

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Sin embargo, ahora mismo, todavía tenemos alguna opción. Por el momento tenemos indicios, síntomas de lo que podría producirse, aunque en ellos todavía no constatemos la realidad total del problema: veranos tórridos, climatología cambiante, sequía severa, problemas de abastecimiento de agua, encarecimiento de los precios de la energía, enfermedades ambientales, subida de precios de los alimentos, aumento del hambre en ciertas regiones y capas sociales, crisis de sectores productivos, migraciones masivas, cambios en el poder de influencia de las potencias, multiplicidad de conflictos nacionales e internacionales. Y en base a esos indicios podríamos actuar con las medidas que fueran necesarias, quizá de modo progresivo.

Ahora bien, para avanzar y obtener resultados, cada uno de nosotros tiene que actuar individualmente. Incluso una cumbre de potencias como la recién celebrada COP28 poco podrá hacer si la gente de a pie no pone algo de su parte. La reacción necesaria frente al cambio indeseado debe provenir de las personas que lo podrían sufrir, o sea, tiene que producirse una revolución personal mediante la cual la humanidad consiga aunar todas las fuerzas acumuladas de todos los seres humanos. Solo entonces podremos tener la esperanza de resolver nuestros graves problemas y la posibilidad de sobrevivir.

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