Me estresa mirar las estanterías de la habitación donde escribo y constatar que ya no me queda tiempo para leer todos los libros. Lo peor ... es que los sigo comprando. Tras comprarlos, hay que leerlos. Yo solo los compro. Además, los poco que leo, los olvido, tanto el título como el contenido. Podría consolarme con ese aforismo de que la cultura es lo que queda tras haber leído mil libros y haberlos olvidado, pero este verano, me preguntó Gabi Martínez, escritor muy interesante, que cuáles eran mis últimas lecturas y me avergonzó no recordar ningún título.
Publicidad
Lo sé, son cosas de la edad y la memoria, no hay de qué preocuparse, pero es precisamente la edad lo que me estresa al constatar la imposibilidad de leer todo lo que quisiera. Mi mujer, a la que los libros agobian desde que, en nuestra primera mudanza, la empresa del traslado subió un 20% el presupuesto nada más verlos, me aconseja que los lea y me deshaga de ellos, pero los libreros de viejo ya no dan abasto con tantos herederos ofreciéndoles librerías.
Mi piso está enfrente del de mi suegra. Para convencerme de tan inquietante vecindad, me sedujeron preparándome una gran habitación con dos ventanales y un sillón finlandés para leer y pensar. Pero no la aprovecho. Prefiero irme al salón, poner los pies sobre un puf y dedicar las tardes al fútbol en vez de a los libros. Para rematar la jugada, esta temporada también retransmiten los partidos de 1ª Federación, donde juega mi equipo, el Cacereño. Aunque me vale cualquier partido. El domingo, cambié la grandeza reflexiva de Cercas o Prada por la intrascendencia de un Cádiz-Albacete. ¿Qué se me había perdido a mí en ese partido? Nada, solo era una manera de no pensar.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión