Reyes Magos
Una vez atravesado el íntimo umbral, el de la inocencia, una vez desengañados de las fantasías de la tierna edad, otras más heterogéneas vienen a ocupar el hueco dejado
Será, seguramente, la víspera de Reyes la noche más importante y excelsa para niños y niñas, de todas cuantas existen. Las calles se abarrotan de ... gente, es destacable la alegría y el bullicio, la algarabía controlada, tanto de mayores como de menores, esperando ilusionados el paso de unos personajes, ataviados según ordena una tradición ancestral que muy pocos cambios ha sufrido en su desfile anual, salvo algunas excepciones: no se ven camellos, ni otros animales. Sigue siendo un misterio que todavía siga manteniéndose esta tradición, y reconozco que siento una especie de emoción espontánea cuando veo a la grey infantil, gritando a los magos, alzando sus pequeñas manos para llamar la atención, para indicar su lugar, para afirmarse en lo que son, y de paso, si caen caramelos o dulces, coger alguno que otro. Y, más aún, sigue asombrándome la complicidad de los mayores, sabedores del truco y de la trampa, artífices ellos también del engaño, actuando como si todo lo que discurre ante sus ojos fuese la verdad implícita de las cosas sublimes.
Es difícil poner reparos al espectáculo, sin parecer cruel, como el Herodes de la historia antigua, tan poco amado; los niños tienen derecho a ser niños, y a tener ilusiones, a contar imaginariamente las noches que restan antes de la venida de los Reyes, con sus dádivas, sus regalos, su carbón de pega. Esa noche pocos se sienten pobres, todos son ricos y afortunados, porque alguien poderoso se acuerda de ellos y obedece a sus peticiones, expresadas en forma epistolar.
Nadie se cura completamente de la infancia, por mucho que lo intente, y así pasen los años, más ligeros que los deseos y se sumerja, sin saber nadar del todo, en la edad adulta, con sus inconvenientes y ventajas, con sus dichas y pesadumbres. De ilusión se vive; es un consuelo para quien poco posee. La desilusión acaba matando por dentro, como un veneno que, una vez ingerido, circula por las venas lentamente y, cuando llega a los órganos rectores, cumple su siempre función letal.
Una vez atravesado el íntimo umbral, el de la inocencia, una vez desengañados tantos de las fantasías de la tierna edad, que son muchas, otras más heterogéneas vienen a ocupar el hueco dejado y vacío. Engañar y desengañarse, amar y desamar, vivir y desvivir, cansar y descansar, hacer y deshacer, creer y descreer, correr y descorrer los velos, para ver la inmensa claridad del cielo, la ciudad limpia, las calles ordenadas y el espíritu aventurero.
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