Las diez noticias clave de la jornada
Donde nace el viento

Reguero

La tristeza amarga del campo abatido y arrasado atraviesa todas las escalas que se encuentran a su paso

Pasa una mujer caminando por la acera mojada, tímidamente, como si el hecho de andar no tuviera ninguna importancia, como si los pasos que va ... anudando al suelo fueran de otra persona; pasa ajena a todo lo que la rodea, pero luego, una vez que su silueta se pierde al doblar la esquina de un edificio oficial, queda en el aire un reguero de dulzura, el rastro de un perfume que no quiere ser sombra, sino alegre y repentina aparición. Perturba los sentidos lo inesperado, aquello que franquea todos los límites de lo previsible y golpea suavemente lo desconocido y extraño.

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Acaba ya el corto verano y deja tras de sí un reguero de fuego y desolación: bosques ardiendo, casas cercadas por el humo, habitantes atrapados entre el miedo y la impotencia. La tristeza amarga del campo abatido y arrasado atraviesa todas las escalas que se encuentran a su paso; tras de sí solo queda el recuerdo que se difumina y que se desvanece entre el humo y el calor asfixiante.

Las cosas, aun las más pequeñas, no desaparecen solas, legan a la posteridad algún rastro siempre, por el cual se pueda identificar su razón de ser, así como establecer de alguna manera su cronología, la historia íntima y ávida de luz. De los antiguos imperios destacan hoy en día ruinas, magníficas en su ruindad, eminentes pruebas para expertos arqueólogos, altares para el culto de la antigüedad, que no busca repetirse, sino camuflarse entre piedras, arena, barro, sedimentos fósiles, pensamientos caducos antes de nacer.

Todo aquel ser que vive, aunque sea la persona más infame y execrable, la más odiosa y abyecta, no desea en algún momento ínfimo de su existencia otra cosa que ser feliz. Nadie quiere no ser feliz, al menos durante una milésima de segundo, y nadie puede afirmar sin engañarse de que no lo haya sido, porque en esto como en otros asuntos que no tienen remedio la verdad se siente, por muy apagada que esté.

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Antes los veranos duraban una eternidad, había menos gente en cualquier rincón, se dormía con menos agobio por las noches, de día se soñaba con otros escenarios, el más arrogante quería ser otro, y el más apocado no quería ser quien era. Se miraba al cielo y se echaba de menos no haber aprendido a volar. Ahora es ahora y llega la rutina callada, con su calendario de fechas ciertas, quehaceres ineludibles, la mente despierta y ocupada en mil y un trabajos, de los cuales depende la armonía y tal vez la cordura. Al final quedará en la superficie la espuma de los días.

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