Mercadillos
Los vendedores, algunos venidos de otro continente, gritan y se desgañitan, exhibiendo en sus manos ásperas el género variopinto
Abigarradas gentes venidas de todas partes se reúnen en el mercado, o mercadillo, semanal del pueblo. Es julio, y hay más habitantes que en invierno, ... cuando desaparece la población como por ensalmo, y ni siquiera cuentan entonces para la estadística. Es como si sus pocos habitantes, para hacer frente al vacío, se abandonaran a sí mismos y se fueran a otra parte no visible, al lugar de los deseos, sueños, suspiros. Invierno es sinónimo de encierro en el hogar, concierto de soledades, cumbres nevadas, carreteras poco transitadas, agua, viento y frío.
Es una fiesta en todos los sentidos, una exhibición de colores, de sabores y de texturas. En la pequeña plaza donde descansan los columpios para los niños del verano, junto a los artefactos para que los ancianos hagan un poco de ejercicio, se extienden los puestos, cubiertos con lonas gruesas, para que el sol pesado del mediodía no descolore las prendas, ni deje que se pierdan la fruta y la verdura expuestas. El rojo intenso del tomate de la tierra, cultivado en vegas fértiles, regadas por ríos disminuidos por el uso y abuso del agua, se mezcla con el amarillo de las ciruelas, el verde de los pimientos y de las judías. Abunda la fruta de verano, traída de otras tierras y parajes de distinta condición: melocotones redondos y enormes como tambores de romería, albaricoques, paraguayos...
Los vendedores, algunos venidos de otro continente, gritan y se desgañitan, exhibiendo en sus manos ásperas el género variopinto. Son voces recias y profundas, las de los varones, como de trompeta de guarnición; suaves, incluso dulces, pero firmes las de las mujeres, moduladas para posarse en la mente de los compradores, a veces reacios. Son sonidos afinados en el comercio y el regate, en el trato y la negociación eterna. Andan en dares y tomares: cuánto vale y tanto quiero, cuánto tiene y tanto puedo. Y, al final, todos contentos.
Es un mundo ambulante que va recorriendo la comarca y en días señalados se planta donde le corresponde. Ya en la víspera el pregonero hizo saber a los hombres y mujeres del pueblo que, al día siguiente, si las condiciones atmosféricas adversas no lo impedían, iba a haber mercadillo, y que nadie aparcara en el lugar prefijado para el comercio. Como las caravanas que llevan el circo y a sus artistas, como los camiones que traen a los feriantes a las fiestas importantes de las localidades prósperas, es un abrir y un cerrarse, un extenderse y un recogerse: como los días.
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