Europa
Los jóvenes de mi generación conocimos Europa gracias al tren y al interrail. París, Viena, Berlín, Praga, Roma. Dormíamos en albergues, alejados del centro
De niño, Europa era una quimera, algo irreal, no demasiado bien definido y que adquiría en nuestra imaginación tintes sombríos. Eran más cercanos el árido ... desierto del apache Cochise y las verdes llanuras del Far West, un mar de hierba, donde los caballos galopaban en libertad, y al fondo, en la pantalla, más al norte, se divisaba la silueta de una impresionante cadena montañosa, toda cubierta de nieve. Jugábamos a indios y vaqueros, igual que casi todos los niños de aquella época. Amábamos aventurarnos en el bosque, como si fuese un laberinto, acechar a las aves, construir castillos, ponerle trampas al enemigo. La vida era un juego donde no nos jugábamos nada, ni siquiera la fortuna que, entonces, siempre era favorable.
Más tarde supimos que Europa era un lugar al que iban algunos jóvenes a trabajar. Regresaban, como las golondrinas, por verano: distintos, cambiados, otros. Los veíamos más alegres que cuando se fueron, más elegantes, más atractivos, más todo... A los niños nos miraban con un gesto condescendiente, como si les diéramos lástima o pena, y a los mayores les contaban historias que apenas podíamos creer, de hombres y mujeres que bailaban a todas horas, de gente manifestándose en la calle. Sabíamos por el cine que fuera del pueblo, en América, volaban aviones y corrían coches de gran cilindrada. Pero, según ellos, en Europa todo era mejor, había dinero y, también, había dónde gastarlo.
Los jóvenes de mi generación, conocimos Europa gracias al tren y al interrail. París, Viena, Berlín, Praga, Roma, Budapest ... Dormíamos en albergues, alejados del centro de las ciudades memorables, al lado de rios y lagos, incluso en estaciones. Poco tardaban en echarnos de allí y dejarnos a la intemperie: la solidaridad. Nos hacíamos entender, porque hablábamos el lenguaje de la necesidad y del momento: gesticulábamos, parodiábamos, ensayábamos miles de formas y ademanes que pudieran ser agradables y atrayentes. No éramos nosotros, éramos actores en un escenario extraño y ajeno.
Preguntarse a estas alturas qué es Europa, o qué será mañana, es preguntarse sobre todo cómo ha llegado a ser lo que es, sin olvidarse de las raíces. ¿Qué significa Europa para mí? La cultura que nació con los griegos, hace unos siglos; se hizo imperial con los romanos; asumió el cristianismo como sistema de creencias; se endureció con reformas y revoluciones; y al final ha ido configurando un cuerpo y un espíritu que nos define mejor que muchos tratados.
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