Efectos
Es inimaginable, y para algunos sería además insoportable, una existencia desprovista de sonidos, de ritmos, de ruidos amables, de voces
En general, con el tiempo, los humanos hemos mejorado lo que la naturaleza por sí sola ha venido ejerciendo durante milenios. Impresionan, sobremanera, algunas pequeñas ... acciones, como diversos y consignados logros. Hace poco, en la soledad de un parque urbano, rodeado de edificios, lleno de accesorios y de juegos para niños, sin nadie a quien mirar ni rendir conversación, me extasiaba contemplando la lluvia que caía, como caen las gotas desde siempre siguiendo una ley eterna, y, sin darme cuenta casi, comencé a tamborilear una música, siguiendo la melodía creada por las gotas al caer al suelo acolchado del espacio.
Supongo que alguien, ajeno a todo lo que no sea la simple creación de música, habrá anotado alguna vez los sonidos que la lluvia, fina o espesa, produce al caer sobre la hierba, sobre el asfalto, sobre el cemento, sobre los tejados de las casas, de teja o pizarra, igual que habrá, supongo, tratados extensos sobre el canto de los pájaros que asoman por el jardín en mañanas luminosas, como estas últimas, sobre los sonidos del viento al entrar subrepticiamente por los resquicios de las casas, al agitar las sábanas tendidas en el patio, al golpear las ramas de los árboles, sobre ese crujido del paraguas roto, como el del barco que ha chocado contra las rocas y se hunde lentamente. La derrota conmueve y la victoria ensalma.
Pero la música duele; hace recordar las alegrías y las penas de lo vivido, produce en el ser humano la añoranza de la belleza pasada, llena el corazón del deseo de volver al tiempo en el que se escuchó aquello que emocionó una vez, o de no volver al momento desagradable, triste o trágico en que la música fue guía y pastora de pesares y sufrimientos. La gente que sale de un concierto pocas veces se muestra alegre, sale conmovida, agitada por dentro, vuelve al mundo como si hubiera estado en una nave alejándose de la costa, atadas las manos, cerrados los ojos, abiertos y extensos los oídos, para escuchar el canto más profundo, que es aquel que le habla a uno directamente de las cosas que le conciernen, con honda alegría o con profunda preocupación.
Es inimaginable, y para algunos sería además insoportable, una existencia desprovista de sonidos, de ritmos, de ruidos amables, de voces. Todo eso pensaba en el parque, contemplando la lluvia que, al final, caía mansamente, regocijándose en su caída, explayándose en las avenidas que había creado por la dispersión del agua, por su efecto, por su afecto.
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