El año 2023 ha sido el más caluroso del que se tiene noticia y, sin embargo, estos días de enero vienen con un rigor inhabitual. ... Cada sociedad tiene sus leyes y cada pueblo sus costumbres, eso dicen, al menos, vaya. Los individuos forman parte, voluntaria o involuntariamente, de algo más numeroso que el ocupado por su persona –aunque el ego de algunos seres podría rellenar fosas marinas insondables y rebasar el borde–. Tanto se identifican a veces con la familia, grupo, barrio, pueblo o ciudad, que diferencian enseguida lo que es «propio» de lo que es «ajeno», igual que diferencian entre «nosotros» y «ellos», entre el mundo conocido, cercano y cierto, y el otro que se despliega fuera de ese conocimiento, de esa cercanía, al margen de esa certeza.
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Battiato buscaba un centro de gravedad permanente. Otros se conforman con llamar la atención, pero para extenderse hay que alejarse del centro, como los cuerpos, las ciudades, los sentimientos. El amor solo cobra sentido cuando se retira de uno mismo y se refugia en otros cuerpos, en otras mentes, en otras latitudes de carne y sudor, en otras habitaciones diferentes.
Hay espectáculos hermosos en la vida. Por ejemplo, un paseo por la ribera del Urumea, bañada levemente por las primeras luces del alba, cuando los contornos de la ciudad se perfilan, magnificadas por la vista, o una caminata hasta el Peine del Viento. Desde allí uno contempla cómo las olas caen rendidas en la arena y la Parte Vieja se yergue sobre la oscuridad. Renunciar a la claridad –Chillida lo sabía–, es renunciar a la vida; renegar de la luz es rendirse. La luz lo es todo, la luz ilumina todo lo que importa. Miramos lo que nos rodea, no como quisiéramos, sino como podemos, según las capacidades sensoriales. El paisaje es algo cultural. ¿Qué vemos cuando miramos al horizonte? Donde uno atisba una línea oscura, perdida y difuminada en la lejanía, el fin de algo, otro puede divisar el comienzo de un nuevo espacio, incluso el inicio de una nueva era: mirar no es ver.
Los artistas tienen algo de profetas. Ven lo que otros no pueden, no aciertan a entender. Esta ciudad huele a mar, cuando el viento del noroeste lo agita. El olor, igual que el sonido, representa la ilusión del cambio: no hay dos olores, ni dos músicas iguales. Mudan y se transforman, como el tiempo, el humor, la alegría. Una playa, un río, una escultura permanecen. Y las imágenes que han dado un sentido luminoso a esta ciudad son las de Chillida.
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