Cum clave, cónclave
En estos días de canícula estival, no conviene poner a trabajar el cerebro, que las altas preocupaciones están vacantes y pueden cansar. Por eso, nada ... de hacer un artículo sesudo, es mejor que se lo diga en forma de cuento, que es como las civilizaciones antiguas transmitían sus valores y forma de entender la vida. Llevamos meses y meses sin Gobierno, con diputados electos que no han hecho nada de nada y que se han ido de vacaciones porque están cansados... de no hacer nada; y con sus saneados sueldos. Veamos si, como es lo usual, de esta conseja, 'enxiemplo' o parábola ustedes sacan una moraleja.
Corría allá por finales de 1269 cuando los cardenales se reunieron en Viterbo, a unos 100 kilómetros de Roma, para elegir nuevo Papa tras la muerte de Clemente IV, en 1268. Las intrigas políticas entre güelfos y gibelinos, los del Partido Carolino (partidarios de Roma) y los del Partido del Imperio (partidarios del Sacro Imperio) hicieron que las votaciones se repitieran una y otra vez durante meses y meses y el Papa siguiera sin ser elegido mientras obispos y cardenales vivían a papo de rey (en este caso a papo de Papa) y con ostentosas prebendas. Por lo visto, el Espíritu Santo andaba dando cabezaditas por esas fechas y no lanzaba sus luces espirituales. Los cardenales votaban una vez al día en la catedral y luego volvían a sus residencias palaciegas.
Pero los papables no terminaban de ser elegidos, y así pasaron tres años. Hasta que la gente de Viterbo, harta de ver su holgazanería y buen vivir, se cansó de mantenerlos a su costa golfeando. El prefecto de la ciudad, Raniero Gatti, y el podestá, Alberto de Montebono, decidieron que los papables fueran secuestrados y llevados al Palacio Papal de Viterbo y encerrados cum clave (con llave) hasta que eligieran un nuevo Papa. Como el Espíritu Santo parecía que seguía ausente, el cardenal Juan de Toledo sugirió que se quitara el techo y tejado del palacio para dejarlos viviendo al raso y para que el Espíritu pudiera atravesar a sus anchas. Dicen que fue Carlos de Anjou quien decidió reducir la dieta de los cardenales a pan y agua hasta que eligieran un nuevo Papa. Si tardaban más, se les quitarían parte de sus enormes prebendas, si tardaban más... Lo que no se había acordado en tres años, se solucionó en apenas tres días.
El 1 de septiembre de 1271 los cardenales decidieron ceder el poder de elección a un comité de seis miembros donde se integraban dos de los Orsini, tres de los gibelinos y otro más, mientras dejaban fuera a los cardenales propuestos por los Anjou. Rápidamente, como el estómago les cantaba a carpanta, el comité eligió al italiano Tebaldo Visconti, que todavía no era ni sacerdote, sino diácono, y se encontraba en San Juan de Acre (Tierra Santa). A toda velocidad tuvo que volver, lo ordenaron sacerdote por el camino, lo consagraron obispo unos días antes, llegó a Viterbo y fue proclamado Papa. Luego sería coronado en Roma en marzo de 1272 con el nombre de Gregorio X.
Ante el escándalo de lo que había pasado, lo primero que hizo el nuevo Papa fue dictar una encíclica, 'Ubi periculum', en la que detallaba los pasos para nuevas elecciones papales: aislamiento total, limitación del número de sirvientes, reducción progresiva de las comidas y suspensión de sus sueldos hasta el día de la fumata blanca. Que en una traducción moderna quiere decir quitar sueldos y dietas, dejarlos sin tabletas, sin móviles, sin demás vergonzantes sinecuras, encerarlos sin vacaciones y quitarles la chulería hortera que se han autoimpuesto teniendo la mayoría tan poco bagaje de idónea preparación. Y verán cómo se acaban las facciones y enfrentamientos y el espíritu del buen entendimiento se aparece de inmediato.
Dice la sabiduría popular «en panza llena, no hay pena; en panza vacía, no hay alegría». Por eso los sabios, en general, han sido de flaco comer. Como ven, es una leyenda con fácil moraleja.
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