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La cara oscura de la innovación

El miedo al fracaso impide que florezca el espíritu emprendedor y corta de raíz el desarrollo de una cultura de mejora

Domingo, 10 de abril 2022, 08:18

Sin lugar a dudas, la cara oscura de la innovación viene de la mano del riesgo a fracasar y del miedo que este riesgo genera, ... ya que el miedo al fracaso actúa como auténtico poder disuasorio para abortar el inicio de los procesos de innovación. Constituye una de las principales rémoras a la hora de configurar un ecosistema de innovación. Impide que florezca el espíritu emprendedor y corta de raíz el desarrollo de una cultura innovadora. Así, los valores de disposición al cambio y de asunción de riesgos, indispensables para una actitud de verdadera anticipación, se deben enfrentar permanentemente con la exigencia del éxito asegurado en lo que pretendemos abordar como nuevo. Y esta ecuación no tiene solución. No podemos pedir que se asuma el riesgo de emprender asegurando el éxito en lo que emprendemos. Es imposible.

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En general, la convivencia con el fracaso no es el mejor de los escenarios, por mucho que todos asumamos que de los fracasos es de lo que más se aprende. Es mucho mejor convivir con el éxito y, qué duda cabe, esa debe ser la aspiración fundamental de todo proceso innovador. Pero es inevitable que el ejercicio de la innovación nos lleve también, en ocasiones, muchas más de las que nos gustaría, a saborear las hieles del fracaso en vez de las mieles del éxito. Tampoco se trata de ir por la vida consolándonos con el fracaso, ni mucho menos; pero sí interiorizar que el fracaso, si es honesto, lejos de ser un baldón que nos avergüence, constituye un motivo de satisfacción en la medida en que lo hemos superado.

Asumir la posibilidad del fracaso es parte del discurso de la innovación, pero en nuestra cultura no pasa de ser un enunciado que no se ve respaldado por los comportamientos y las actitudes en el día a día. De ahí que trabajar por una verdadera cultura de la innovación pasa por atreverse a fracasar. En una entrevista realizada al filósofo George Steiner, destacaba su interés en «fracasar mejor», recordando la definición de la vida que hizo Samuel Beckett (Dublín, 1906-1989): «Inténtalo. Fracasa. No importa. Inténtalo otra vez. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor». Dicho así, puede parecer fácil atreverse con el reto, pero no lo es. No nos educamos en una cultura que dé una visión positiva del fracaso cuando viene de la mano de una actitud emprendedora, por lo que somos incapaces de superar las connotaciones negativas. Este aspecto constituye un verdadero lastre para activar los procesos de innovación.

La necesidad nos lleva a superar el miedo si queremos ganar nuevos espacios de confortabilidad que no tenemos

Sabemos que el principio de necesidad explica, en gran medida, los comportamientos innovadores. De ahí las dificultades para activar una cultura de innovación, sobre todo si las cosas van bien. ¿Para qué cambiar? ¿Para qué correr riesgos? ¿Para qué asumir la posibilidad de fracasar? En la medida en que tenemos un espacio de comodidad, de bienestar conquistado, se consolida el interés por protegerlo, por no ponerlo en riesgo. Por eso, sobre todo en las grandes organizaciones, el espacio de lo conseguido es tan importante, está tan lleno de razones, que es difícil que se ponga en riesgo para afrontar la innovación. Resulta aleccionadora, en este sentido, la frase de Nando Parrado, superviviente del accidente aéreo en Los Andes: «No tengo miedo a fracasar porque un día lo perdí todo».

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Sin tener que esperar a que una necesidad sobrevenida nos impulse a innovar, el compromiso con la innovación encuentra su principal aliado en el espíritu de la curiosidad. Pero no bastará con alentar la curiosidad si luego castigamos el fracaso. Equivocarnos por hacer, por emprender, nunca será malo si aprendemos del proceso, pues no habrá mayor fracaso que no haberlo intentado. Ahora bien, para que realmente sea útil ese aprendizaje debe ir acompañado de la segunda oportunidad. La segunda oportunidad para equivocarnos no debe suponer un coste desproporcionado y desmotivador. Sin embargo, nuestra cultura no soporta bien el fracaso y desincentiva al fracasado. El riesgo no tiene «buena prensa» y el fracaso mucho menos. Si no cambiamos los comportamientos y las actitudes frente al error, nunca nos atreveremos a correr el riesgo de fracasar y la innovación estará perdida.

Para superar el miedo a fracasar la necesidad, la ambición y la curiosidad son buenos compañeros de viaje. Así, la necesidad nos lleva a superar el miedo si queremos ganar nuevos espacios de confortabilidad que no tenemos. La ambición, más allá de la necesidad, está en la base de la búsqueda de progreso y mejora. Y la curiosidad nos lleva a observar, comprender y aprender. Descubrir, explorar, abrir nuevos horizontes y relacionarnos con los demás son parte del relato de la evolución de la humanidad. Siempre enfrentándose al riesgo de fracasar. Winston Churchill animaba a ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo para así conseguir el éxito; lo cuál es una buena receta, aunque no resulte, de entrada, muy incentivadora.

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