El tsunami de superficialidad que amenaza con llevarse todo por delante no acaba de encontrar los diques de contención que nos puedan ayudar a poner ... un poco de sentido común en nuestro día a día. En este sentido, uno de los aspectos más preocupantes radica en la pérdida de autenticidad de los líderes sociales. Tiene uno la percepción de que, en todo caso y circunstancia, el discurso se adapta a lo que en cada momento se considera más adecuado, con independencia de lo que realmente sea más conveniente pensando en un futuro sostenible. En una suerte de inmediatez permanente, en la que se impone enfrentar cada suceso como si fuese lo único existente, muchos líderes se han convertido en surfistas de olas de superficialidad en donde lo fundamental es no perder el pie en cada momento. En una lógica en la que se impone el suceso a los procesos, nos encontramos con verdaderos expertos en el manejo de las palabras sin comprometerse para nada en llenarlas de contenido. Lamentablemente, la sociedad se encuentra bastante impregnada de esa cultura de inmediatez y superficialidad en la que el compromiso y la autenticidad brillan por su ausencia.
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Así, lo importante en cada momento es ser capaz de salir del paso, con frases bonitas y apariencia de sensatez y profundidad que, en cuanto se rasca un poco, se manifiestan desnudas de contenido. Las consecuencias de todo esto las observamos en la eclosión de estilos de liderazgo que se apoyan en los discursos y se alejan de los hechos. Observamos cambios de opinión de un día para otro que se enmascaran en la hojarasca de verborreas sin sentido que sirven para defender lo mismo una posición que la contraria. Y, lamentablemente, no pasa nada.
Asistimos a espectáculos en los que las palabras se comen la realidad, en los que importa poco lo que realmente pasa, pues lo que queda es lo que se dice en cada momento. No hay la más mínima vergüenza en desdecirse, por lo que no hay la más mínima delicadeza y sentido de la responsabilidad para pensar lo que se va a decir antes de decirlo. Esta falta de coherencia no es sino una muestra de la falta de autenticidad con la que se desempeñan funciones de alto contenido social, en especial las responsabilidades políticas.
La teatralización de los procesos de liderazgo social es un lastre para abordar los cambios necesarios
Muchas veces tenemos la impresión de estar en medio de una obra de teatro en la que diferentes actores van desempeñando sus papeles en un esfuerzo permanente por dominar la palabra para llegar a los asistentes. Actores que se esfuerzan por recitar relatos que emocionen a la gente, desempeñando su papel sin ir más allá de lo que el libreto les sugiere que digan o hagan. Así nos encontramos con liderazgos que tienen más de desempeño de un papel que de convicción en lo que dicen. La superficialidad se impone y todo parece quedar al albur de la capacidad en el dominio de las palabras. Esta teatralización de los procesos de liderazgo social, en donde lo auténtico se sustituye por lo imaginado y recogido en el libreto de la obra, es un verdadero lastre para abordar los profundos cambios sociales con los que nos enfrentamos. En momentos de crisis y transformaciones no tener asentados valores básicos de referencia, como el respeto a los demás que nos exige actuar con autenticidad, supone un verdadero problema.
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En un mundo en el que los espacios para compartir necesitan apoyarse en el dominio y el uso adecuado del lenguaje, no es de extrañar que los especialistas en el manejo de las palabras vayan tomando un papel capital. Esto no es ni bueno ni malo en sí mismo, siempre que no sea un síntoma de que cada vez nos importa menos lo que hacemos y más lo que decimos. En una especie de carrera permanente por ganar el corto plazo, la encuesta de mañana, nos olvidamos sistemáticamente del largo plazo y vamos construyendo políticas que se dedican a sortear los obstáculos más inmediatos, en un intento de ganar tiempo que, en realidad, es una pérdida de tiempo lamentable para lo fundamental.
Esta obra de teatro en la que nos encontramos, a la que asistimos como espectadores, como público sin más, encierra la trampa de hacernos olvidar que, en realidad, nosotros deberíamos ser los verdaderos protagonistas de la obra. Pero, muchas veces, los actores más cualificados no parecen tener el menor interés en que la obra se revise, en que nos pongamos a pensar en el sentido final de lo que hacemos y decimos.
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Creo que es inevitable asumir que el espacio social se construye en base a los relatos que vamos articulando entre todos, de la mano de los líderes que nosotros mismos designamos. Los relatos construidos con palabras son fundamentales para caminar como colectivo. La cuestión es que esos relatos transciendan de las palabras y reflejen hechos, compromisos. Relatos protagonizados por personas que se crean lo que dicen, que se comprometan por llenar de contenido las palabras y que impregnen de autenticidad el desarrollo de su desempeño.
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