He tenido la oportunidad de manifestarme más de una vez en contra de la dictadura de la mediocridad, que parece ser una característica de los ... tiempos actuales. Unos tiempos que, sin embargo, necesitan más que nunca de líderes singulares, capaces, con ideas que van más allá de la manada.
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La dictadura de la mediocridad contribuye a la consolidación del «efecto manada» basado en la tendencia a hacer o creer en cosas porque otros las hacen –«subirse al carro, o no bajarse del carro», porque la manada lo dice–. No es difícil imaginar a la manada en su versión más local, desde la cuadrilla, el grupo de amigos, los socios de un club, los compañeros de trabajo... Curiosamente, la globalización tiende a reforzar este efecto. Dado que todo se ha vuelto mundial, parece que las soluciones tienen que ser globales, aunque ejecutadas y asumidas localmente, en un difícil equilibrio entre lo local y lo global. Es el equilibrio entre la singularidad, la originalidad y la individualidad, por un lado, y la integración, la uniformidad y la colectividad, por otro lado. Esta dialéctica local-global se da a nivel del individuo que es parte del grupo y a nivel del grupo que es parte de grupos más amplios. Así, la dinámica local-global se produce a todos las escalas. Es fractal.
La búsqueda de este difícil equilibrio es parte de la complejidad creciente. En general, la colectividad se impone a la individualidad. La manada es inevitable como expresión de la colectividad, pero debería incorporar los mecanismos adecuados para que los procesos de integración preserven la diversidad. Esto pasa por el respeto a la singularidad, que es relevante para el progreso y no estaría mal incorporar un «indicador de singularidad asumida, respetada» para valorar el potencial de transformación e innovación de un colectivo.
Seguimos las reglas de la manada aunque nos lleven al matadero, porque si no las cumples llegas antes al mismo
Pero la singularidad se soporta mal por el gregarismo de la manada y su mediocridad, por eso esta se sorprende y reacciona, la señala, la demoniza y la califica –la oveja negra, el cisne negro...–. Así, por ejemplo, la 'teoría del cisne negro', desarrollada por el filósofo Nassim Taleb, es una metáfora que describe un suceso sorpresivo de gran impacto socioeconómico que, una vez pasado, se racionaliza haciendo que parezca explicable y dando la impresión de que se esperaba que ocurriera. Porque la manada no quiere sorpresas y si se producen hace ver que ya lo tenía previsto.
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La singularidad pone en riesgo el gobierno de la manada y genera incertidumbre a sus miembros. Por eso, entra dentro de lo probable que la manada expulse al disidente, o lo demonice aunque tolere que siga en la manada, lo 'pepitogrillice' –lo convierta en un Pepito Grillo, la conciencia de Pinocho–, lo ningunee, lo ignore, o contemporice con el. Es muy difícil que respete al disidente, aunque esto sería una manera de garantizar su futuro como colectivo, porque son la personas singulares las que conocen mejor las nuevas fuerzas a poner en marcha para encontrar soluciones a los problemas.
Lamentablemente, solo cuando no queda más remedio y los hechos se imponen la manada parece dispuesta a reconocer una cierta singularidad, aunque no será lo más normal. Lo más probable es que la manada se apropie del cisne negro y lo convierta en un 'blanquito' más. Un ejemplo de comportamiento en manada lo dan las empresas que cotizan en Bolsa. Desde el momento en que están sometidas a las reglas de la manada pierden capacidad de diferenciarse y tomar las decisiones más adecuadas. Así, antes de la crisis financiera de 2008 era evidente que había una 'burbuja del ladrillo', sin embargo los bancos seguían prestando sin medida. No tenía sentido, pero ¿quién era el atrevido que denunciaba la situación y dejaba de dar créditos hipotecarios?, ¿cómo explicar ese comportamiento contra la manada?, ¿qué hubiese pasado con los resultados a corto plazo del banco?, ¿qué hubiese pasado con sus cotizaciones en bolsa?... Conclusión: seguimos las reglas de la manada aunque nos lleven al matadero, porque si no las cumples llegas antes al mismo. Por otra parte, la manada también protege a sus miembros, los rodea de seguridad, de un perímetro conocido y acogedor. Por eso, en la dictadura de la mediocridad se corre el riesgo de sentirnos «arropados y protegidos en la manada» como «las ranas calentitas y cómodas en el puchero».
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Necesitamos singularidades porque el resultado del 'pensamiento manada' ya sabemos a donde nos ha traído. Esto será difícil porque necesita acompañarse desde lo local y lo global, pero deberíamos hacer un esfuerzo por identificar a aquellos con capacidad para plantear pensamientos disruptivos, que no tienen por qué ser insensatos. Aunque seguramente romperán reglas establecidas, status quo y pondrán en crisis a la manada. Pero bueno, en la que estamos, qué más da, si ya estamos hasta el cuello. Es lo bueno de las crisis, que nos animan a ver más allá de la manada.
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