Reformar la Casa Blanca
¿Qué pasa cuando los ciudadanos ya no se ven reflejados en su patrimonio cultural? Sin ellos, no tiene sentido
Alison Posey
Doctora en Filología Hispánica y profesora universitaria de literatura, cine y cultura españolas en EE UU
Lunes, 22 de septiembre 2025, 06:43
Sobre la polémica restauración de la Virgen de la Macarena, nadie lo describió mejor que el artista y youtuber andaluz Antonio García Villarán. En un ... vídeo publicado hace unas semanas, García Villarán declaró que la fallida intervención había «sido una de las mayores cagadas que he visto en el mundillo artístico». A diferencia de la Macarena, cuyo rechazo unánime por parte de sus devotos como Villarán ha sido seguido por dimisiones, disculpas e incluso una nueva revisión, el repudio de la renovación de Donald Trump de la Casa Blanca por los estadounidenses no ha llevado a nada más que una simple pataleta.
A las duras críticas de las reformas planeadas, Stephen Cheung, director de comunicaciones del mandatario, armó un escándalo. El profesional de comunicaciones acusó a un detractor, el rockero Jack White, de ser un «acabado» por no apreciar el «esplendor» de los cambios. Al final, parece que ha derramado más lágrimas Cheung que la Virgen.
Para el director de comunicaciones, faltar al respecto a la instalación de dos enormes mástiles, la construcción de un nuevo salón de baile de más de 8.300 metros cuadrados y el excesivo dorado de muebles y decoración, es todo un crimen. Y las modificaciones no paran allí. Se ha pavimentado el césped de la famosa Rosaleda para mejor acomodar a las mujeres en tacones, estilo predilecto de muchos del círculo cercano del presidente. Además, con la colocación de unos nuevos retratos del presidente, más la exhibición de una nueva pintura al óleo, «Los hombres de los aranceles», el ala oeste de la Casa Blanca parece cada vez más el «camarín de luchador» descrito por White. Cuando una estrella de rock tiene mejor gusto que el propio presidente, mal vamos.
En medio de estas reformas tan exageradas, la única manera de seguir llamando a la Casa Blanca la «Casa del Pueblo» sería si el pueblo fuera ciego. Pero del pueblo es y del pueblo tiene que ser. Su historia es la de todos los estadounidenses, una historia que radica en la inmigración. Un francés, Pierre Charles L'Enfant, escogió la ubicación de la casa; un irlandés, James Hoban, la diseñó; y un navarro, Pedro Casanave, colocó la primera piedra.
Bañar en oro los muebles de la casa del presidente es ofensivo y pone en peligro su valor simbólico
También participaron en su construcción muchos otros inmigrantes y personas esclavizadas hoy desconocidos, pero cuyas raíces se extendían hasta Europa y África. Sí, aunque Trump parece haberlo olvidado, la Casa Blanca fue construida por un pueblo mayoritariamente inmigrado.
En la actualidad, las fachadas de corte neoclásico de la mansión se han convertido en una de las imágenes más reconocibles de los EE UU en el mundo. Aparecen con su blancor brillante en todo tipo de obras, desde el billete de veinte dólares hasta las películas de acción de Leonardo DiCaprio. En sus 132 cuartos, la casa alberga algunos de los hitos del arte estadounidense, como dos cuadros del aclamado retratista John Singer Sargent y un paisaje de Henry Ossawa Tanner, el primer pintor afroamericano en gozar de reconocimiento internacional.
Por la gran cantidad de antigüedades que alojan, algunos cuartos por sí mismos se consideran obras de arte, como la Sala del Comedor del Estado o la Oficina Oval. Entre sus tierras se encuentra la Rosaleda, donde, según Jacqueline Kennedy, su marido pasó las horas más felices de su presidencia.
Ahora yacen esos alegres recuerdos debajo de una capa inmóvil de cemento. Trump defiende sus reformas con la misma lengua con que capturó la presidencia por segunda vez -la de la economía- asegurando a los americanos que pagará la cuenta él mismo. Entonces ¿qué más da que al pueblo no le guste ni una pizca?
En un momento en el que España se está enfrentando su peor crisis climática durante décadas, y en que el Gobierno de Trump está realizando redadas masivas contra la población inmigrante, ¿es justo ofendernos por los cambios en la Macarena o en la Casa Blanca?
Sí, lo es. El peso de ambos va mucho más allá de su simple apariencia. Radica en lo que simbolizan. La Casa Blanca es un símbolo de los sueños y las esperanzas de todo un pueblo: de democracia, de paz, de libertad. Estas aspiraciones cobran vida en la casa. Bañar en oro los muebles de la Casa Blanca no solo resulta ofensivo, sino que pone en peligro su valor simbólico para todos. ¿Qué pasa cuando el pueblo ya no se ve reflejado en su patrimonio cultural? Sin ellos, no tiene sentido. Y eso sí sería la verdadera cagada.
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