Jorge Luis Borges escribió un cuento 'Funes el memorioso' que encierra una moraleja. Era un personaje con una memoria tan infinita que era incapaz de ... pensar. Tan solo recordaba todo, pero no podía razonar, abstraer ni tampoco racionalizar las diferencias. El congreso de víctimas de Vitoria y la última polémica sobre el cómputo de las penas a los presos por delitos terroristas nos muestran el altísimo voltaje que encierra todo lo que tiene que ver con ETA, a pesar de que han pasado 13 años desde el final definitivo del terrorismo y de que la sociedad haya decidido pasado página. Nos gustará más o menos, pero es así. Muchos han pasado la página antes incluso de leerla. Hay que leerla y leerla bien. En voz alta.
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El problema de la causa es que con el noble objetivo de perpetuar el mensaje, no llegue a penetrar socialmente por fatiga de materiales o por cansancio. La sociedad está cada vez más harta y solo los más cafeteros agradecen tanta insistencia. Las nuevas generaciones sienten alergia al pasado. No hay colectivo humano que soporte esta insistencia por mucho que la envolvamos en una cruzada moral de valores necesarios en una convivencia civilizada y que la amnesia sea un disolvente muy peligroso. Ya sabemos que las víctimas tienen sus razones y su dolor. No perdamos el foco, sepamos distinguir lo secundario de lo prioritario y administremos la memoria con algunas gotas de olvido que también pueden ser convenientes para curar los moratones del alma.
Pedimos una memoria inclusiva y que se siga deslegitimando a quienes recurren a la violencia y siembran de odio y resentimiento el porvenir de la humanidad. Que uno de cada cuatro jóvenes de vascos siga justificando el recurso a la violencia nos deja helados. Ese el verdadero fracaso, el de la educación en valores, el entender que no se debe matar a nadie por ser tu adversario o por pensar de forma diferente. Si no transmitimos ese legado es que algo estamos haciendo rematadamente mal. Eso va más lejos que la controversia de turno, que durará 24 o, como mucho, 48 horas. No hay nada peor para la bandera de las víctimas que ser manoseada por el simplismo de cierta política de brochazo. Mientras esto sea así, viviremos atrapados en una espiral condenada a repetirse cíclicamente. ETA desapareció hace 13 años. Actuar como si aún persistiera o como si no hubiera existido nunca nos puede llevar a confundir deseos con realidad. Un error imperdonable.
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